Mitos sobre la Ley Seca

25 de Julio 2022 Columnas

La semana pasada me referí al libro de Mark Forsyth, Una borrachera cósmica. Di unos trazos generales, en realidad, un aperitivo, pero me quedó un “conchito” pendiente. En específico, un capítulo referido a la aplicación de la Ley Seca aplicada en Estados Unidos a inicios del siglo XX.

El tema de qué hacer con el alcohol ha sido recurrente y vuelve a aparecer cada cierto tiempo cuando nos enteramos de hechos lamentables relacionados al consumo excesivo e irresponsable.

A modo de ejemplo, esta semana, un jugador de Universidad de Chile fue detenido por manejar con 1,0° de alcohol en la sangre; en marzo, un futbolista de Universidad Católica tuvo un accidente por lo mismo y el 2020, el delantero argentino Rodrigo Holgado atropelló y mató a una persona por manejar en estado de ebriedad. La estupidez e irresponsabilidad no es monopolio de los futbolistas, aunque sí son un reflejo con repercusión pública de algo que ocurre todos los días con lamentables consecuencias familiares, económicas y sociales.

El problema del consumo de alcohol era menos riesgoso cuando no existían los autos. Los caballos llevaban en “piloto automático” a sus jinetes ebrios a las casas y para los que andaban a pie, el mayor riesgo era caer a un canal de regadío. De un momento a otro, nos pusimos un pijama de 2 toneladas y nos transformamos en un peligro sobre cuatro ruedas.

No obstante, antes de la existencia de los autos, el consumo de alcohol generaba otro tipo de inconvenientes que están todavía latentes. El más importante estaba relacionado con la violencia intrafamiliar, a los que se sumaban el gasto del ingreso familiar en alcohol, la falta de productividad, etc.

De ahí que los gobiernos hayan intentado, a través de distintos medios, frenar esta práctica que, como investigó Forsyth, está arraigada hasta la médula en historia de la humanidad. Sin embargo, el esfuerzo más llamativo fue la Ley Seca aplicada en Estados Unidos entre 1920 y 1933.

Los mitos sobre esta drástica medida señalan que, primero, fue implementada por un grupo de ultraconservadores. Segundo, que se duplicó el consumo en bares clandestinos y, de paso, que fortaleció la mafia italiana. Estos tres factores determinaron que la ley fuese revocada porque había tenido un efecto contraproducente.

La investigación de Forsyth refresca la mirada sobre esta norma. El primer aporte es que la iniciativa no surgió de una tropa de conservadores tacaños, sino de un grupo feminista contra los bares. Ahí sus maridos se gastaban el poco dinero que tenían para luego ir rumbo a las casas a desquitarse con ellas.

¿Aumentó o disminuyó el consumo gracias a la Ley Seca? Imposible saberlo, dice el autor: “Esto no tiene sentido. Los registros del consumo legal del alcohol terminan en 1920 y se retoman en 1933”.

Respecto a la mafia y la violencia, Forsyth nos golpea con un dato escalofriante: “Bajo el brutal régimen criminal de Al Capone, la tasa de homicidios llegó a 10,4 cadáveres llenos de plomo por cada cien mil habitantes. En 2016 fue de 27,9”.

Entre los efectos positivos de la Ley Seca, aparece el rol ecuménico de los bares clandestinos. Según un periodista de la época, los clubes nocturnos hicieron más por mejorar las relaciones raciales de lo que habían hecho las iglesias en un siglo.

El autor de “Una borrachera cósmica” concluye: “La ley seca no terminó porque la gente quería beber, terminó porque la gente -después de la crisis bursátil de 1929- quería trabajar”.

En el caso de Chile, a inicios del siglo XIX hubo un intento similar, la prohibición de chinganas, pero sin mayores resultados. Las personas se siguieron juntando y bebiendo igual, pero sin el control de las autoridades, lo que agravaba el problema.

Durante los siglos XIX y XX, tampoco hubo mayor interés por parte de los parlamentarios de prohibir el consumo de alcohol. No solo tenían apellidos “vinosos”, sino que sus familias y negocios estaban ligados a las viñas. El camino que se buscó fue distinto, se buscó promover el deporte, organizar torneos, construir estadios, aunque con resultados relativos. Los ejemplos aquí señalados demuestran que ser futbolista no es sinónimo de abstinencia ni mucho menos.

En fin, queda claro que le he “sacado el jugo” a la obra de Forsyth y ahorrado la compra del libro. En el próximo aperitivo, podrá contarlo como si lo hubiese leído, no hay problema, solo le pido dos cosas: haga un brindis por su autor y si va a beber, por favor, no conduzca.

Publicada en El Mercurio de Vaparaíso.

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