La vuelta del hambre

23 de Mayo 2020 Columnas

La cosa no se ve bien. Por ningún lado. Y en ningún lado. Tal vez nunca tuvo tanta vigencia aquella frase de Aristóteles de que la esperanza es el sueño del hombre despierto. Hoy, todos soñamos con que los israelitas descubran, los chinos prueben, los estadounidenses inventen, las farmacéuticas logren… Pero hasta ahora no es más que eso, el sueño despierto de un mundo en vilo.

Mientras tanto, vuelven problemas que pensamos habían sido superados. Especialmente, un problema con el que ha convivido la humanidad desde su existencia: el hambre. Aquel problema que los viejos escolásticos medievales achacaban al pecado, a haberse comido la manzana, a haber sido expulsados del paraíso.

Desde siempre, el hambre ha acompañado al mundo, el problema es que en muchos países aquello se nos había olvidado. Es claro, el inicio del milenio nos pilló en la convicción de que el hambre había dejado de ser un problema. El auge de la discusión en torno a la desigualdad no fue sino una muestra palpable de aquello. Una discusión de segunda vuelta, tras haber superado el problema principal.

Pero la fragilidad de todo ha quedado al descubierto tras un par de meses de la circulación del virus. Hoy nuevamente hay gente con hambre, y —lo que es peor— hay expertos que nos anuncian que los grandes progresos que se han hecho para reducir la pobreza en los últimos 30 años serán revertidos en pocos meses. Ese es el mayor drama.

Las crisis del mundo suelen ser traumáticas. Basta recordar los efectos de la crisis del 29 en el siglo pasado para darse cuenta de todo lo que ella trajo aparejada. Guerras, populismos, totalitarismos y, sobre todo, hambre. Ese es el mayor drama actual, aguantar el chaparrón que viene en medio de una crisis cuya luz al final del túnel no se logra vislumbrar.

Los religiosos dirán que es una señal de Dios para hacernos sentir la fragilidad humana. El resto diremos que es simplemente una calamidad por donde se le mire, sin explicación causal alguna.

El Gobierno se enfrenta así a dos problemas simultáneos: la crispación social que nos venía acompañando desde octubre de 2019 y al hambre que puede producir el coronavirus. Una combinación explosiva que mezcla lo sentimental con lo racional. Lo utópico con lo real. Lo fantasioso con lo palpable.

Así, mientras una mano deberá combatir con todo el virus que se ha instalado en Sudamérica. El virus que está azotando a todos los países del continente, sin distinción de modelo económico y con la sola excepción de Uruguay. Es posible que Argentina sea el último en mostrar esta realidad y nos daremos cuenta de que —contrariamente a lo que algunos iluminados epidemiólogos de última hora nos advertían— no hay ni diagnósticos certeros ni soluciones fáciles a este drama.

La otra mano deberá actuar con celeridad: Piñera siempre supo los efectos de la cuarentena total. Precisamente por ello se opuso hasta el final. Pero ya no fue posible aguantar más. Y más allá de la incertidumbre que genera el no saber dónde termina esto, necesariamente deberá incrementar el gasto social realizado. Y lo deberá hacer prontamente. De lo contrario, ambos problemas se pueden sumar y su combinación puede terminar siendo explosiva.

El Gobierno debiera llamar a una mesa, tipo la Mesa Social Covid, para tratar de encauzar una primera discusión económica. No se trata de generar un cogobierno, pero sí una instancia consultiva. En ella podrían participar la comisión de Hacienda del Senado, los exministros de Hacienda y los expresidentes del Banco Central. Gente de distintas sensibilidades, pero rigurosa en lo técnico, que podría enmarcar los problemas que vienen. De lo contrario, el Gobierno se enfrentará a una pandemia adicional que será el populismo de lado y lado. Todas las medidas que anuncie serán insuficientes y se le hará muy difícil cualquier conducción.

En las próximas semanas se deberán tomar decisiones difíciles: intervenir directamente empresas, gastarse los ahorros soberanos, contraer deuda pública. Y en ello es mejor compartir las responsabilidades. Y si bien muchas decisiones deberán ser tomadas autónomamente y otras deberán pasar por el Parlamento, la legitimidad de una mesa técnica previa podría contribuir mucho al objetivo.

El tiempo se agota. La realidad ha vuelto a tocarnos la puerta. Tal vez no quede otra cosa que recordar aquella irónica frase de Montesquieu: “La adversidad es nuestra madre; la prosperidad solo es nuestra madrastra”.

Publicada en El Mercurio.

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