La última dama

24 de Enero 2022 Columnas

Aunque la principal noticia de la semana ha sido la elección del gabinete del presidente electo Gabriel Boric, dejo su análisis a aquellos que gustan de la discusión política y del día a día. En esta oportunidad, prefiero referirme a la confirmación de parte de la pareja del futuro mandatario, Irina Karamanos, de aceptar el rol de ser la Primera Dama.

El hecho me parece relevante por tres razones. En primer lugar, por la importancia que ha tenido este papel que ha jugado a lo largo de la historia en nuestro país; los efectos negativos que tiene para quien lo ejerce y, por último, porque permite cuestionarnos respecto a la necesidad de una Primera Dama en el siglo XXI.

Sobre el primer punto, la historiadora Cecilia Morán ha demostrado, a través de sus investigaciones, la relevancia que tuvieron algunas de las primeras damas durante el siglo XX a través de acciones concretas, pero también por su dimensión social. Según Morán: “Es percibido por una buena parte de la sociedad como una institución con la suficiente tradición como para mantenerla y hacerla perdurar en el tiempo”.

Las esposas de los presidentes, tal como ha sido estudiado por Morán, hace bastante tiempo dejaron de cumplir un rol decorativo. Así queda demostrado con Juana Aguirre, la esposa de Pedro Aguirre Cerda, tanto en la organización de las navidades para los niños pobres como colaborando con las víctimas del terremoto de Chillán en 1939.

Asimismo, Rosa Markmann, esposa de Gabriel González Videla, conocida como la “Mitty”, colaboró en labores sociales y además fue una férrea defensora del voto femenino. Y, en este siglo, imposible no mencionar a Luisa Durán, esposa de Ricardo Lagos, y su programa “Sonrisa de Mujer” que mejoró la calidad de vida de cientos de mujeres.

No obstante, detrás de estas historias, también hay otras durante el siglo XX, donde ser la esposa del primer mandatario resultó ser una carga, una exposición innecesaria frente a hechos que, aunque comunes en los matrimonios, poseían una dimensión pública que las dejaba en una situación incómoda. A continuación, dos casos paradigmáticos:

Rosa Ester Rodríguez, esposa de Arturo Alessandri y madre de Jorge Alessandri, quien sufrió en carne propia los avatares políticos de una época de alzamientos, golpes de Estado y revoluciones. Por si esto fuera poco, el León de Tarapacá era conocido tanto por su carácter fuerte como por sus romances extramaritales. Esta suma de factores fue quebrantando la salud de Rosa Ester, hasta extinguir su vida cuando tenía 64 años y su marido ejercía su segundo mandato (Arturo Alessandri fallecería catorce años después).

Junto a Rosa Ester, aparece la figura de Hortensia Bussi, esposa de Salvador Allende. Gonzalo Vial describe la relación entre ambos como un misterio indescifrable, pero destaca la dignidad de Hortensia para aceptar su rol con abnegación y lealtad, pese a que Allende tuvo una relación estable con otra mujer durante los últimos años. A estos problemas debemos agregar lo duro que fue para esta ex Primera Dama el traumático Golpe de Estado, el suicidio de su marido, el exilio y la lucha por la defensa de los derechos humanos.

Volviendo al siglo XXI, la aceptación del cargo por parte de Karamanos le traerá algunos beneficios, como la exposición pública y la posibilidad de perfilar una carrera política a futuro. Pero, por otro lado, le significará una pesada carga: renunciar a parte importante de su privacidad, en especial, porque asume el rol por ser “pareja de” y no por sus propios méritos.

Finalmente, es de esperar que Irina Karamanos aproveche la ocasión para ser consecuente con sus principios y los de Boric en la línea de eliminar un cargo que en el siglo XXI resulta tan incomprensible como prescindible. En un mundo desarrollado, nadie debe ejercer un cargo público por ser esposa, hijo, nieta, primo, etc. En esta línea, Karamanos posee una oportunidad histórica de ser la Primera Dama para terminar siendo la última. Vaya paradoja, ese sería su mejor legado.

 

Publicado en El Mercurio de Valparaíso

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