La otra mitad

19 de Diciembre 2021 Columnas

Cuando Chile recuperó la democracia en 1990, la “reconciliación nacional” pasó a convertirse en un imperativo político. Veníamos saliendo de una dictadura, que había dejado al país profundamente dividido, con niveles enormes de temor, odio y dolor. Al asumir el cargo, el ex presidente Aylwin pronunció en el Estadio Nacional un discurso que hizo historia. En una de sus líneas señalaba: “es hermosa y múltiple la tarea que tenemos por delante; reestablecer un clima de respeto y de confianza en la convivencia entre los chilenos, cualesquiera que sean sus creencias, ideas, actividades o condición social, sean civiles o militares…” En ese momento, la multitud que colmaba las graderías comenzó a pifiar, ante lo cual Aylwin insistió con vehemencia: “sí señores, sí compatriotas, civiles o militares, Chile es uno solo”. Una inmensa ovación selló sus palabras.

A más de treinta años de esa escena inolvidable, en Chile no solo no existe ningún destello de reconciliación, sino que hoy se percibe tanto o más odio, intolerancia y desprecio que en esa época. Al menos desde el estallido social, de manera pavorosa el país ha recaído en una espiral de violencia y confrontación como en los peores tiempos de la guerra fría, una lógica que ha deteriorado no solo la convivencia, sino también las instituciones, el orden público y el Estado de Derecho. De esa ya lejana reafirmación de Aylwin -”Chile es uno solo”-, si alguna vez existió, hoy queda muy poco.

Estas elecciones presidenciales han sido el corolario prístino de lo que se ha vivido en el último tiempo. Un país dividido en bandos irreconciliables, con niveles patológicos de temor y resentimiento, sin ninguna intención ni capacidad de ver en el adversario a un semejante y a un otro legítimo. Una realidad dura que no desaparecerá cuando esta noche terminen de contarse los votos y tengamos un nuevo presidente electo. Porque mañana al levantarnos la fractura seguirá intacta o quizá aún peor; porque los vencedores seguirán despreciando a los vencidos y los vencidos odiando a los vencedores; porque aún no será posible pensar un proyecto de sociedad donde ambos sectores tengan cabida; porque, en suma, ninguno podrá considerar al otro una parte imprescindible para que Chile pueda resolver los graves problemas que lo afectan.

Hay que tenerlo claro: mientras eso no ocurra, no habrá elección, ni nuevo gobierno ni proceso constituyente que pueda convertir a Chile en un país con una mínima perspectiva de futuro. Sin eso no habrá instituciones legítimas, ni mínimos comunes, ni políticas públicas que nos proyecten al desarrollo. Y esa es la razón profunda por la cual esos países emergentes con que nos gusta compararnos están cada día más lejos y no más cerca. Porque los niveles de confrontación, de odio y violencia que han resurgido en el Chile de los últimos años hacen inviable todo, simplemente todo.

Es algo que esta noche debieran tener muy presente ganadores y perdedores.

Publicada en La Tercera.

Contenido relacionado

Redes Sociales

Instagram