La mancha de Rorschach

13 de Febrero 2021 Columnas

El trágico incidente de Panguipulli volvió a confirmar el abismo de sentido en que se encuentra la sociedad chilena; un abismo constituido por un mar de sesgos de confirmación, donde al final los hechos en sí mismos tienen poca importancia. Como diría Barthes, hemos llegado al “grado cero” de las evidencias, a ese punto donde lo único que estamos capacitados para observar es el resultado de nuestro propio prejuicio.

Se supone que todos hemos visto las mismas imágenes más de una vez, pero es claro que no vemos lo mismo. Para unos, no hay ninguna duda: un funcionario de Carabineros asesinó a un joven malabarista a mansalva, sin justificación alguna, dejando otra vez en evidencia que la institución es hoy solo un organismo represor, al servicio de un gobierno criminal, que no ha dudado en usar las armas para combatir las legítimas expresiones de malestar ciudadano.

Lo increíble es que otro sector del país vio en esas imágenes algo totalmente diferente: un joven que se resistió a un control de identidad establecido en la ley vigente, que no hizo caso a las órdenes y ni siquiera a disparos de advertencia; que amenazó con machetes reales o de utilería a un funcionario policial y terminó abalanzándose sobre él con la clara intención de agredirlo. En suma, una conducta que en cualquier país del mundo habría dado lugar a la misma respuesta: el uso del arma de servicio en legítima defensa.

No importa cuántas veces veamos las imágenes, nunca vamos a observar lo mismo. Tampoco tendrá ningún valor lo que la justicia determine. En el Chile posterior al estallido social, las evidencias y los procedimientos judiciales no tienen autoridad moral; tampoco las instituciones o el cumplimiento de la ley. Los eventos públicos son en la actualidad como las famosas manchas del test de Rorschach: cada uno ve lo que quiere, lo que puede o le conviene. Y las redes sociales se encargan después de amplificar esta realidad fallida, como una maquinaria de desinformación masiva donde todos y cada uno siempre logramos encontrar una confirmación para nuestros delirios.

Quizás las cosas siempre han sido así y la realidad nunca fue más que una gran mancha sobre la cual proyectamos fantasías e intenciones incontrastables. El problema es que hoy no existe la más mínima contención, ni reglas, que nos obliguen a establecer consensos básicos. Ni Dios, ni ley, ni evidencia objetiva. Las cosas ahora son como cada uno sostiene o simplemente no son. Ya no estamos disponibles para hacer concesiones a los adversarios. Es cosa de mirar la historia universal y local para comprobar todo lo que “los otros” han defendido y justificado. La lista de atrocidades, de lado y lado, es simplemente interminable.

Y en este Chile en que ni siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo en lo que mostraron las imágenes de Panguipulli, vamos a sentarnos todos juntos a escribir nada menos que una nueva Constitución.

Publicado en La Tercera.

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