La fractura

10 de Julio 2022 Columnas

“Acuerdo por la Paz y la nueva Constitución”, se llamó el documento firmado por representantes del más amplio abanico político, salvo el PC, en noviembre de 2019, como una forma de apaciguar los ánimos ciudadanos tras el estallido social, que había dado cuenta de la molestia que aquejaba a los chilenos y que, en una frase, se resumía en el slogan “no son 30 pesos, son 30 años”.

24 meses después de aquello, los votantes dieron una aplastante mayoría a la opción Apruebo y se dio el puntapié inicial al trabajo de la Convención Constituyente, el que terminó la semana pasada –a casi tres años de la revuelta- con la entrega del borrador de nueva Carta Fundamental.

Pero contrario a lo que decía y planteaba el título de aquel lejano acuerdo en el que la paz era un concepto esencial, lo que hasta ahora ha generado la propuesta es precisamente lo contrario.

Durante esta semana –justo cuando comenzó la campaña para la consulta del 4 de septiembre, en la que los chilenos tendrán que decidir si respaldan el nuevo texto o no-, han sido diversos los actores que han manifestado sus aprensiones frente la propuesta y su capacidad de unir y pacificar.

En la derecha, aquello no es novedad. Históricamente, desde el regreso a la democracia, se negaron rotundamente a cambiar la Constitución de Pinochet, aceptando a duras penas maquillarla en distintas ocasiones y rechazando dar sus votos en el Congreso para modificarla realmente. Aun así, para el plebiscito de 2020, no hubo una postura común, pues mientras algunos planteaban –también con miras a las presidenciales que vendrían al año siguiente- que era momento ya de aprobar un nuevo texto, los sectores más radicales –la UDI y el Partido Republicano- se negaban. Su performance y capacidad de influencia durante el proceso fue, además, prácticamente nula, a partir de la paupérrima capacidad de que sus candidatos constituyentes fueran electos.

Pero esta semana la división se mostró también, en todo su esplendor, en la centroizquierda. Partió con las declaraciones de algunos dirigentes e intelectuales, como Felipe Harboe, Oscar Landerretche y Javiera Parada, en la que anunciaron que votarán Rechazo, pues el nuevo texto “se reedita el error de Jaime Guzmán: convertir la herramienta constitucional en un arma de un sector contra otro”, según arguyeron.

Pero luego vinieron los “hombres sabios”, los expresidentes Ricardo Lagos y Eduardo Frei. El primero, cuestionó precisamente que ni la nueva propuesta ni la Constitución de 1980 unen a los chilenos y, por lo tanto, aunque no dio a conocer cuál será su voto, advirtió que se debe trabajar en un texto que genere un real acuerdo entre los chilenos.

Mientras la centroizquierda se dividía entre quienes respaldaban al exmandatario y los que lo cuestionaban duramente, la Democracia Cristiana –otro actor irrelevante en la convención- se desangraba internamente para intentar dar una orden de partido, el que apuntó a respaldar la nueva Carta Fundamental, pero en circunstancias en que varias de sus figuras se manifestaban en contra. Y mal que mal, el voto es secreto y cuando cada uno esté dentro de la cámara de sufragio, hará lo que su conciencia le dicte. No el partido.

Pero, además, cuando todo apuntaba a que el mayor golpe a la cátedra de la semana sería el de Lagos, el también expresidente Eduardo Frei se pronunció en términos aún más duros y más concretos: anunció que votará Rechazo, pues “tengo discrepancias insalvables sobre varios contenidos de esta propuesta, los que considero comprometen la paz, el desarrollo y la prosperidad de nuestro país”. Advirtió, asimismo, sobre la posibilidad de que las normas establecidas respecto del sistema político puedan derivar en una dictadura a futuro.

En columnas anteriores, advertí sobre la soberbia mostrada por la convención en reiteradas ocasiones, a propósito de ningunear a quienes pensaban distinto o a las minorías dentro de la entidad. Aquello, a mi juicio, comprometía gravemente el éxito de una nueva Constitución, que –ciertamente- Chile necesita.

Y cuando ya no solo es la oposición, sino un fenómeno más transversal el que siente que la nueva Carta Fundamental no une, no genera paz –como rezaba el acuerdo inicial- entonces claramente ahí hay una falla relevante. Lo que hay que pensar ahora es cómo se genera lo que en realidad la ciudadanía quería: un texto que se haga cargo de las demandas transversales y no las de un sector político, cualquiera este sea. Finalmente, una nueva Constitución debe precisamente ser la casa de todos y todas, no la de un solo grupo. Debe unir, no fracturar aún más.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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