La entropía y el Golpe

9 de Agosto 2023 Columnas

El tiempo me desconcierta. ¿No lo sorprende cómo a un instante sigue otro y así sucesivamente? La mejor definición que conozco está en la carta de la Maga en Rayuela (la novela de Cortázar que celebra 60 años); y si no es la mejor, indudablemente es la más bonita: “Hay una cosa llamada tiempo, Rocamadour, es como un bicho que anda y anda”.

El tiempo es inexorable. La propensión al caos, la entropía, hace imposible volver atrás (aunque Nolan haya intentado convencernos de lo contrario en Tenet, una película muy mala). Así quedamos atrapados en la flecha del tiempo. A un momento sigue otro, y luego otro, y otro, hasta que la nada devoradora (como en La Historia sin Fin de Michael Ende) nos alcanza.

Por supuesto, el tiempo histórico es diferente. Se trata de construcciones narrativas, tanto individuales como colectivas. Requerimos la línea del tiempo para desplegarnos, pero también para direccionarnos con mayor o menor conciencia hacia el futuro, tratando de moldearlo mediante proyectos, objetivos y deseos. En este proceso el pasado está con y en nosotros; son historias que nos constituyen. Los griegos, sabios como eran, se direccionaban al futuro dándole la espada, porque solo vemos el pasado. Nosotros, hijos de la modernidad, vamos dando trancos al futuro que creemos avizorar enfrente.

Como simios narradores nos contamos historias sobre lo que fue (es incluso una disciplina universitaria). Y porque el pasado es también presente y futuro, discutimos y peleamos por los hechos, sus relaciones e interpretaciones, y su (in)justificación. Todo esto lo sabemos bien, y lo notamos con fuerza al conmemorarse los 50 años del Golpe y del comienzo de una dictadura atroz.

No siempre fue así. Los griegos –que iban de espaldas al futuro– enterraban el pasado después de hechos traumáticos. Lo hacemos mejor: tener el pasado con nosotros es un ejercicio de autoreflexividad necesario para entendernos y definirnos como individuos y sociedad. Pero, querámoslo o no, nuestras disputas sobre el pasado solo cesarán con la intrascendencia que inevitablemente traerá consigo la entropía. Un (elusivo) futuro mejor solo parece posible en base a la única convicción que compartimos: hacer todo lo posible para que nunca más se rompa la democracia y se violen los derechos humanos fundamentales. Cuando el 66% prefiere un gobierno firme en vez de tanta preocupación por derechos, y muchos sostienen que la democracia no es la mejor forma de gobierno, debiese ser una tarea que nos reúna a todos. No es poco, y no es fácil.

Por cierto, debemos tener presente el pasado, hacer valer las responsabilidades individuales, encontrar a los desaparecidos, y resarcir a las víctimas. Pero si queremos traer todo el pasado al presente, impregnarnos de pasado para definir el presente y así direccionarnos al futuro, nuestro presente estallaría –y quizás, hacia el futuro solo quedaría la desesperación de la desesperanza, que es lo que simboliza la nada en La Historia sin Fin.

Publicada en La Segunda.

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