La entrepierna

17 de Julio 2023 Columnas

La acusación constitucional contra el ministro de Educación, Marco Antonio Ávila, que se rechazó esta semana, pareció haber sucedido en una especie de multiverso político, en el que -por una parte- se planteaba el fondo del libelo, pero el debate se centraba en la orientación sexual del secretario de Estado y la supuesta homofobia que estaba detrás del texto acusatorio.

Porque lamentablemente este instrumento esencial en la fiscalización del gobierno por parte de la Cámara de Diputados, se ha convertido en un show que la mayor parte de las veces no termina en nada. En otras ocasiones se ha transformado en un elemento de cobro de “cuentas políticas”.

De hecho, según lo recuerda el medio Ex–Ante, casi el 90% de las acusaciones constitucionales a ministros han fracasado desde el retorno a la democracia. De 24 libelos presentados, sólo tres han terminado con autoridades declaradas culpables y destituidas de su cargo.

En el caso de Ávila, lo cierto es que de los siete puntos que contenía el texto, algunos al menos podrían haberse estudiado justificadamente, como la falta de proactividad en la ejecución de políticas en educación; la inacción del sistema educativo respecto del ausentismo y deserción escolar; la violencia en los establecimientos o la mala implementación del sistema de alimentación de JUNAEB. Pero para aquello, la oposición tendría que haber hecho bien la pega.

Y nada de eso quedó en la retina pública, pese a ser lo relevante, pues la derecha prefirió convertir la acusación en un debate moralista, homofóbico y vergonzoso.

Partiendo por la performance habitual de la psiquiatra y diputada independiente María Luisa Cordero, quien fue expulsada del Colegio Médico por malas prácticas, y que pareciera tener algún tipo de obsesión con la orientación sexual de las personas. Tanto, que prefirió concentrar sus intervenciones públicas en la sexualidad del ministro, en una discusión en la que incluso Freud habría estado interesado.

En una muestra más de su brutal descriterio, acusó al secretario de Estado de pervertido, aseguró que le parecía “nauseabundo y asqueroso” que estuviera dedicado a la “incitación sexual” de los niños, advirtió que ella lo habría metido preso por “perversidad sexual infantil” para luego opinar sobre el peso del secretario de Estado, a quien llamó “gordito”. Claramente, la educación no estuvo presente y pareciera ser que los diplomas no siempre se condicen con la instrucción de las personas.

Pero lo más grave es la homofobia que demuestra constantemente Cordero y que no debiera ser tolerada en alguien que se dice profesional de la salud. Aquello derivó en que el ministro terminara convirtiéndose en una víctima, también gracias a otros “próceres” de la oposición que se subieron al tema. Y con la activa participación de Marcela Aranda, otrora vocera del “Bus de la libertad”, quien llamó al ministro a que explicara si su “condición impide o afecta en su cargo”. ¿No habría sido más lógico citar a algún experto en educación a entregar su opinión?

No fueron las únicas. En una carta publicada en este mismo medio, Francisco Bartolucci aseguró que el término homofobia ha sido “capturado por el feminismo de izquierda”, dejando de lado que es un concepto definido incluso en la RAE como la “aversión hacia la homosexualidad”. Luego, acusó que aquello derivó en el rechazo del libelo acusatorio.

Bartolucci olvida que fue precisamente la derecha -de la mano de Cordero y otros- la que desvirtuó el debate, permitió que el oficialismo se uniera en torno a Ávila (aun cuando no es santo de devoción de nadie) y concluyó en que las posibles negligencias del secretario de Estado se convirtieran apenas en una anécdota, situación que nada tuvo que ver con el feminismo.

Finalmente, en vez de conversar sobre educación y debatir sobre cómo cerramos el círculo vicioso de la ignorancia, la desigualdad y la burbuja de la clase política cuando se discute este tema, terminamos concentrados en las bajas pasiones y -gracias a Cordero- en la entrepierna del propio Marco Antonio Ávila. Sinceramente, algo que a nadie le interesa.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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