La disculpa como institución (o cómo nacer sabiendo)

7 de Agosto 2022 Columnas

Quizás una de las características propias de la política en los últimos 10 o 15 años, es la capacidad de sus principales actores de dispararse en los pies. O que sus peores enemigos no estén en la oposición, sino en sus mismas filas.

En el pasado, los ejemplos abundan. El “me enteré por la prensa” de la exmandataria a propósito de los negocios de su hijo y nuera en el escándalo Caval o la extensa lista de “piñericosas”, entre las que se recuerda su comparación de un desayuno frugal con el que recibían los niños del Sename, en plena crisis de esa institución.

Para qué hablar de los salvavidas de plomo en que se han convertido los colaboradores más cercanos de los mandatarios. Rodrigo Peñailillo, al que Bachelet tuvo que sacar del Ministerio del Interior luego de que se descubriera que había emitido boletas ideológicamente falsas en pleno caso SQM. O las “ministro-cosas” de algunos asesores de Piñera, como cuando el subsecretario de Redes Asistenciales, Luis Castillo, afirmó que a la gente le gustaba ir temprano a los consultorios para hacer vida social.

El gobierno de Gabriel Boric no ha estado exento de esta incontinencia verbal de sus colaboradores, que los ha transformado –en apenas casi cinco meses- en una especie de “amienemigos”.

Partiendo por la ministra del Interior, Izkia Siches, cuando denunció que durante el gobierno de Sebastián Piñera había existido un vuelo hacia Venezuela para expulsar migrantes, que había tenido que devolverse con todos sus pasajeros, lo que calificó de “chambonada”. Pero era falso.

En la misma línea, aunque quizás más anecdótico, el titular de Economía, Nicolás Grau, aseguró esta semana que a las pymes les ha beneficiado la inflación, lo que generó una ola de críticas.

Y cuando todavía las redes sociales hervían con esos dichos, el encargado de abrirle un nuevo flanco al gobierno fue el ministro de la Segpres, Giorgio Jackson, quien aseguró que la escala de valores de este mandato “no solo dista del gobierno anterior, sino que creo que frente a una generación que nos antecedió” y que “tenemos infinitamente menos conflictos de interés que otros que se trenzaban entre la política y el dinero”.

La batahola que se generó fue realmente un tsunami de declaraciones de todos los sectores y un nuevo momento de fractura con esos “antecesores” que a tropezones han intentado colaborar –precisamente desde la experiencia- con esta administración, sobre todo el PS y el PPD.

El ministro Segpres, entonces, tuvo que pedir excusas solo unas horas después, asegurando que “me expresé mal” y pidiendo disculpas “a quienes, justificadamente, se sintieron ofendidos”.

Hasta ahí todo podría estar bien, salvo que el concepto de disculpas o perdón ha sido tan manoseado por la clase política en las últimas décadas y también en este gobierno –que al parecer no se diferencia tanto de los que estuvieron antes, al menos en esta materia- que ha ido perdiendo, crecientemente, valor.

La psicoanalista venezolana-española Mariela Michelena, afirmaba hace unos años –a raíz de la polémica por el safari del rey de España- que “lo que pasa es que el arrepentimiento no está completo si no viene después lo que en la religión se llama el propósito de enmienda. Y, al final, el ciclo se tiene que terminar en un tiempo futuro, cuando, efectivamente, el propósito de enmienda se cumpla”. Pero cuando la realidad se ha transformado en un círculo vicioso en el que giran el error, la disculpa y un nuevo error, entonces el concepto termina estando vacío, no se materializa esa necesaria rectificación y finalmente, pierde valor.

Además, aquello obliga al presidente a estar metiéndose, en buen chileno, en la “pata de los caballos” constantemente para sacar a sus ministros una y otra vez de las polémicas gratuitas. Precisamente para intentar dotar esas disculpas de contenido. En el caso de Jackson –uno de sus más cercanos, por lo demás- aseguró que él cuenta con todo su apoyo y que “nadie nace sabiendo”, lo que puede ser cierto en muchas esferas, pero no cuando deben liderar un país. Ahí se espera que, si no nacieron sabiendo, aprendan rápido y tomen el timón.

Finalmente, la soberbia juvenil, el mesianismo y la superioridad moral que ha caracterizado a esta nueva generación que llegó a La Moneda se ha convertido en su peor enemigo político. Y mientras aquello no cambie y no se den cuenta que no están inventando la pólvora, continuarán manoseando la institución de la disculpa, al igual como lo hicieron –paradójicamente- sus antecesores.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

Contenido relacionado

Redes Sociales

Instagram