La carpeta de columnas perdidas

5 de Diciembre 2021 Columnas

La última película que fui a ver al cine, antes de que comenzara la Pandemia, fue una de esas joyas francesas que, sin el aparato publicitario que tiene Hollywood, uno encuentra casi por casualidad en la cartelera.

El título de la película era “La biblioteca de los libros rechazados” y trataba del descubrimiento que una joven hace en este lugar de un libro fantástico, cuyo autor, un pizzero del pueblo, supuestamente, había escrito antes de morir. La trama de la película gira en torno al misterio de la verdadera autoría de una obra que se transforma en best seller.

Aunque se trate de una ficción, lo cierto es que el mundo editorial juega siempre en esta cuerda floja entre el éxito y el fracaso, haciendo apuestas de lo que debe o no ser un éxito de ventas. En esta línea, Umberto Eco recuerda algunos episodios de libros que, antes de transformarse en clásicos de la literatura, fueron rechazados. En 1851, la novela Moby Dick de Herman Melville, por ejemplo, fue vetada en Inglaterra con el siguiente argumento: “Es un libro triste, sórdido, plano, incluso ridículo (…) Ese capitán loco, además, es un aburrimiento mortal”.

Unos años después, un crítico literario destrozó al poeta estadounidense Walt Whitman, señalando: “Tiene la misma relación con el arte que un cerdo con las matemáticas”.

Eco también recuerda que a Gustave Flaubert le rechazaron Madame Bovary, en 1856, con el siguiente argumento: “Señor, habéis enterrado vuestra novela en un cúmulo de detalles que están bien delineados, pero que son completamente superfluos”.

Otro caso paradigmático es el de George Orwell, a quien, por su obra Rebelión de la Granja, le dijeron en 1945: “Imposible vender historias de animales en Estados Unidos”. Más increíble aún, en 1952, sobre el diario de Anna Frank se dijo: “Esta joven parece no tener una percepción especial, es decir, el sentimiento de cómo puede elevarse el libro por encima de un nivel de simple curiosidad”. Tres años más tarde, la respuesta que le dieron a Vladimir Nabokov respecto a Lolita fue lapidaria: “Es excesivamente nauseabundo, incluso para el más iluminado de los freudianos (…) recomiendo enterrarlo durante mil años”.

Pienso en la película de libros rechazados y en los ejemplos de Umberto Eco porque asumo que todos aquellos que, en una escala local, nos hemos dedicado a escribir cartas y columnas tenemos, aunque de forma virtual, una carpeta llena de columnas que, al igual que los libros, no tuvieron la aprobación del editor o, más exigente aún, no pasaron nuestro propio filtro.

La carpeta de columnas perdidas tiene una larga lista de archivos, algunos con hojas casi en blanco que tienen apenas tres líneas y otros de varias páginas. En esta carpeta, se alojan, entre otras, columnas escritas como resultado de una idea que, luego de noches de insomnio, nos sacó de la cama para volcarnos sobre el computador a escribir un texto que prometía ser memorable. Aunque luego, con la claridad de la mañana y el efecto de la cafeína en nuestro sistema nervioso central, lo que creíamos merecía un premio Pulitzer, se presenta frente a nosotros como un bodrio lleno de sentimentalismos e incoherencias, un hijo al que no queremos reconocer.

En la carpeta de las columnas perdidas, también hay letras llenas de ira, líneas surgidas a partir del odio y de la rabia. Sentimientos que si bien pueden ser útiles al poeta, suenan amargas y desagradables cuando son redactadas por alguien que no tiene ni las habilidades ni la gracia del vate. En esta carpeta también hay columnas graciosas, raras e incoherentes. Columnas que se trataron de armar a partir de una frase ingeniosa, pero que apenas alcanza para un tweet.

Al igual que en la biblioteca de la película, debe haber columnas geniales que, ya sea por vergüenza o cobardía, no tuvieron la posibilidad de salir a la luz. También hay otras que, en contraposición, merecían quedarse en esa carpeta para siempre y nunca haber salido de la bandeja del correo, pero por imprudencia, vanidad o necesidad, terminaron siendo publicadas. Lamento que esta sea una de ellas.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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