Inmigrantes y criminales

28 de Noviembre 2023 Columnas

Dos estudios recientes están en el foco de la atención pública. La Enusc 2022 sustenta en datos lo que suponíamos: con más del 90%, la percepción de inseguridad ha alcanzado su nivel histórico más alto. Es serio. La sensación de inseguridad cambia cómo vivimos y experimentamos: trocamos libertad por seguridad. Y el miedo, como el óxido, corroe los vínculos sociales y buena parte de la alegría de vivir. La otra encuesta es del Centro de Estudios Públicos que, en esta versión, indagó percepciones sobre inmigrantes. Los resultados no dan cuenta de xenofobia ni nada parecido. Pero hay uno que quiero referir: el 69% de los encuestados está muy de acuerdo o de acuerdo con que los inmigrantes elevan los índices de criminalidad. Note que ambas percepciones parecen confluir. La inseguridad adquiere un rostro y un nombre reconocible, el del inmigrante.

Chile ha cambiado radicalmente su fisonomía, pasando en menos de 10 años de 2,9% a 7.7% de inmigrantes. El mundo está aproximadamente en 3.5%. Pero hay geografías con muchos más. Europa occidental es 10%, y en Estados Unidos, la tradicional nación de inmigrantes, 14%. En nuestro país lo especial no es tanto la cantidad sino la velocidad.

Ello produce tensiones y conflictos. Sobre todo, si ocurre de un modo incontrolado que imposibilita filtrar (por ejemplo, a los criminales). Incluso los que están a favor de fronteras abiertas no lo están por eliminar su papel controlador. Pero la inmigración también enriquece nuestras vidas y es, en el total, económicamente beneficiosa: ya que es un proceso de autoselección, los inmigrantes suelen ser los más emprendedores. Después de todo, hay que tener prestancia de ánimo para dejar todo e intentar una mejor vida para sí y los suyos. No todos pueden. Con razón Milton Friedman favorece la inmigración libre (bajo la condición que no haya un estado social que distorsione los factores de atracción).

En tiempos en que muchos llaman a cerrar fronteras, a cavar zanjas, construir muros, y a criminalizar el acceso ilegal, hay que recordar que la historia de la humanidad ha sido una historia de migración; que hasta comienzos del siglo XX las fronteras abiertas o porosas, de facto o de jure, eran la normalidad; que el pasaporte es un invento reciente; y que entonces se consideraba que solo las naciones primitivas los exigían. No se trata de abrir indiscriminadamente las fronteras, sino de, conscientemente, no travestir de criminal al inmigrante.

En Hacia la Paz Perpetua sostiene Kant que, originalmente, los seres humanos poseen en común la tierra, y que un resabio de aquello se mantiene incluso cuando ella está cruzada por fronteras políticas: como ciudadanos del mundo tenemos el derecho a intentar establecer contacto con otras personas en otros parajes de la tierra sin por ello ser tratados con enemistad. Es bueno recordarlo.

Publicada en La Segunda.

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