Ingeniería moral

4 de Septiembre 2023 Columnas

Las sociedades democráticas contemporáneas son plurales. En ellas conviven personas y grupos con concepciones filosóficas, religiosas y éticas diferentes e incluso antagónicas, y así, con diferentes ideas sobre lo valioso en la vida. Este pluralismo no es contingente (lo que puede ser de un modo u otro), sino que necesario. Ello se debe a que, siguiendo a John Rawls, si no se restringen las libertades, las personas elaborarán respuestas diferentes sobre lo valioso en la vida. ¿Cómo es posible interactuar, cooperar, y racionalizar los conflictos en estas sociedades? ¿Cómo es posible que los ciudadanos consideren que las leyes e instituciones son legítimas si sostienen ideas tan diferentes?

La respuesta en las democracias liberales admite muchas variaciones, pero lo son de una misma melodía: los individuos y, mediante el derecho de asociación, los grupos, son los que persiguen fines sustantivos; mientras que el Estado se limita a instituir y garantizar un marco común justo para que cada cual pueda tratar de realizar lo que considera valioso en la vida, manteniéndose neutral entre los fines en tanto no atenten contra este marco. A veces se lo denomina “neutralidad”.

A la base de ese marco común está la constitución. Y esta debe ser aceptable para los ciudadanos. Pero para que ello sea posible, el contenido normativo de ese marco común no puede basarse en concepciones y doctrinas disputadas del valor, como, por ejemplo, las que caracterizan a las religiones o las que expresan las concepciones idiosincráticas del bien de algunos de los ciudadanos. Una constitución basada en doctrinas valóricas idiosincráticas no sería considerada como legítima por ciudadanos con diferentes concepciones del bien, porque ya la posibilidad de su aceptación exige peticiones de principio (si no lo cree, piense en Irán). Y esto, como bien sabemos, es socialmente desestabilizador. Por el contrario, el contenido normativo de este marco común solo se puede alcanzar refiriendo a valores y principios políticos, porque son estos los que es razonable exigir que los ciudadanos de una democracia liberal compartan.

Este es uno de los nudos gordianos (hay también otros) de nuestra actual tragedia constitucional, que a estas alturas tiene mucho de comedia. Republicanos se ha caracterizado por avanzar concepciones valóricas que les son propias y caras, pero que son disputadas. Es así que, por ejemplo, ha presentado enmiendas sobre la identidad chilena, el rodeo, o el niño que está por nacer (por lo demás, un maltrato del lenguaje: los niños para serlo tienen que haber nacido). Pero elevar consideraciones del valor disputadas al rango constitucional es un tipo de ingeniería moral, ya que la aspiración es transformar a los ciudadanos, o al menos sus conductas, según la propia concepción del bien. Estructuralmente, no es distinto a la ingeniería social de los socialismos reales que quería crear al hombre nuevo; o a la ingeniería moral de los países que se organizan según doctrinas religiosas.

Este viernes Republicanos han retirado cuatro enmiendas. Parcialmente, la posibilidad de alcanzar una constitución que pueda ser aceptable para todos, dependerá de su disposición a reconocer que esta no es una institución llamada a encarnar concepciones valóricas disputadas, tampoco, por cierto, las suyas. Si están dispuestos a reconocerlo, y si es así, cuán dispuestos están, está todavía por verse.

Publicada en El Líbero.

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