Encuesta ante una elección abierta

8 de Enero 2017 Columnas Noticias

La Encuesta CEP, como de costumbre, proveyó una plataforma en la que todos los incumbentes encontraron lugar para estar satisfechos. Unos por mantenerse, otros por crecer e incluso, en el caso de Ricardo Lagos, como un objeto de desafío. El punto, sin embargo, es que los análisis de la encuesta parecen dejar de lado el muy particular escenario electoral que nace como consecuencia del voto voluntario y, particularmente, de la pérdida de respeto y afectio societatis que impacta duramente en la fe pública respecto a los integrantes del sistema político tras los múltiples escándalos de corrupción real o atribuida. En una escena así, es conveniente recordar el considerable descenso de votación que se presenta entre los procesos eleccionarios que llevaron a Sebastián Piñera y a Michelle Bachelet por segunda vez a La Moneda. Dicho escenario implicó que mientras Sebastián Piñera ganó la segunda vuelta con sólo el 52%, Michelle Bachelet lo haría con el 62%, pero con casi 70.000 votos menos en términos brutos.

Las encuestas publicadas la semana pasada confirman una mirada así, con una enorme masa sin opinión, mientras que los candidatos “de mayoría” se mantienen bajo el 30%. Una escena así es compleja, pues claramente no existe una visión de proyecto país que podamos considerar de consenso en Chile. Más aún, estamos en medio de un Gobierno al que la vocera Narváez no trepida en calificar de “transformaciones”, pero que no están siendo aceptadas o aprobadas por la población. Y esto lo demuestra tanto en las encuestas como en la pasada elección municipal. Dicho directamente, la sociedad no está satisfecha con las reformas que se están desarrollando en el país, pero a la vez no está interesada mayoritariamente en las propuestas de ninguno de los candidatos que hoy asoman como líderes relativos en el proceso de precandidaturas.

La elección del 2017, por tanto, parece ser que será dominada por la abstención, y el desafío que surge ahí para los candidatos es más por el voto duro propio en un escenario de apatía y desánimo que intentar disputar a un opositor un voto indeciso entre opciones divergentes de sociedad. Obviamente, un proceso así es altamente corrosivo para la construcción de una sociedad política sana basada en el encuentro y debate democrático, pues se trata básicamente de monólogos autorreferentes, donde un candidato les predica a sus propios conversos, luchando más contra la apatía de estos de ir a votar antes que realmente debatiendo ante la sociedad un proyecto país complejo e integrativo.

Arriesgamos convertirnos en una comunidad de grupos aislados, dominada más por el temor y resistencia al otro que por un debate político sano que busque recuperar un “nosotros”. Los resultados de Sebastián Piñera y Alejandro Guillier parecen confirmar dicho temor. Ambos están por debajo de los mínimos históricos de los sectores que representan y, por tanto, queda abierta la duda de si buscarán consolidar esos núcleos antes que realmente salir a presentar un proceso de debate.

La negativa de Piñera de confirmar su evidente candidatura y los ominosos silencios de Guillier sobre el fondo de su visión de sociedad más allá de las frases hechas y expresiones comunes, así como la necesidad de asumir su calidad de político, sólo profundizan estas dudas. Ciertamente, nos encontramos ante una elección atípica y aún con más oscuridades que luces.

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