Elección fantasma

18 de Septiembre 2016 Noticias

A sólo un mes de distancia, la contienda municipal pareciera estar desarrollándose en la clandestinidad, es decir, en un cuadro de desinformación que no sólo contribuirá a abultar la abstención, sino también a que un porcentaje significativo de votos llegue a las urnas con márgenes muy grandes de desconocimiento. Es cierto que la campaña legal comienza recién ahora, pero las severas limitaciones impuestas por la nueva legislación, sumadas al deterioro del contexto político general, sólo hacen suponer que este será un evento electoral jugado prácticamente a ciegas.

Campañas con escaso financiamiento, propaganda en que se permite a partidos y coaliciones ocultar su rostro, una proliferación enorme de “ofertas” (sólo en Maipú hay más de cien candidatos a concejales), decenas de nuevas fuerzas políticas que la gente no ha escuchado ni nombrar. En síntesis, un cóctel con todos los ingredientes para que sus resultados reflejen poco y nada las reales preocupaciones de la gente. Y, sobre todo, para que las “lecturas” que se hagan de dichos resultados sigan ahondando el divorcio entre la ciudadanía y una dirigencia política que vive en el limbo.

El próximo año tendremos una contienda parlamentaria sin el efecto aglutinador del sistema binominal, con un aumento sustantivo en el número de escaños a llenar, a la que algunos buscan agregar, además, la elección de intendentes. La vez anterior, la gente ya fue llevada a escoger a los Cores, otra decisión sumida en la más absoluta de las opacidades (más del 80% no sabe qué son ni a qué se dedican), de la cual ni siquiera se hizo una evaluación rigurosa de sus alcances y consecuencias. Así, al paso que vamos no sería extraño que terminemos en un país con más candidatos que electores, pero a nadie parece importarle. Se nos ha vendido un supuesto interés ciudadano de escoger a la mayor cantidad posible de autoridades, cuando en realidad lo único que se pretende son más y más espacios para que los partidos puedan instalar a sus funcionarios y a sus operadores.

La paradoja es evidente: más elecciones, más candidatos, más partidos y cada día menos interés de la gente en participar. Ese es el sino provocado por un conjunto de decisiones tomadas durante mucho tiempo por autoridades a las cuales el funcionamiento de las instituciones y la calidad de nuestra democracia sólo les ha interesado de la boca para afuera. De hecho, frente al muro de rechazo que hoy circunda al sistema político, no pocos de los que hace unos años impulsaron el voto voluntario ahora pretenden restituir la obligatoriedad. O sea, han concluido que se necesita introducir legitimidad a la fuerza.

El problema es que eso no es posible y en un mes más estaremos confirmando la profundización de nuestro deterioro democrático: una elección fantasma con locales de votación semivacíos o, a lo más, convertidos en algo parecido a un asilo de ancianos, donde las nuevas generaciones van a brillar por su ausencia. Y lo increíble e insólito será que, a la hora de contar los escasos votos válidamente emitidos y de explicar los pobres resultados obtenidos, van a ser muchos los que públicamente saquen cuentas alegres.

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