El nuevo consenso

13 de Septiembre 2018 Columnas

Tres grandes consensos habíamos gozado a lo largo de nuestra trayectoria independiente, sugería el historiador Gonzalo Vial. El primero era de carácter doctrinario, y se habría perdido cuando liberales y conservadores decimonónicos se enfrentaron por el rol de la Iglesia en la república. El segundo era de carácter político, y habría naufragado cuando presidencialistas y parlamentaristas hicieron estallar la guerra civil de 1891. El tercer consenso cayó cuando la oligarquía que hasta entonces había conducido los destinos del país no supo responder a las exigencias de la cuestión social a comienzos del siglo XX. Desde entonces, decía Vial, Chile está tectónicamente dividido. Desde 1932 a 1973, sin embargo, otros consensos parecen haber surgido: la expansión del Estado, la industrialización, la democracia en un sentido formal. El golpe militar volvió todo a fojas cero. Pinochet pretendió refundar la patria, pero los consensos no se obtienen a punta de pistola. El Plebiscito de 1988, por el contrario, reveló una fractura tan o más profunda que las anteriores. Los cientistas políticos se refirieron entonces al clivaje “autoritarismo vs. Democracia”. La transición fue sin duda un ejercicio exitoso administrando esa fractura. Pero la llamada democracia de los acuerdos fue un plan de contingencia más que un consenso en un sentido sustantivo. Las legítimas diferencias ideológicas, como diría Mansuy, fueron quedando en silencio. Por eso es tan importante lo que está ocurriendo por estos días en la política nacional.

Después de varios intentos fallidos por sacarse la mochila afectiva dela dictadura—desde Lavín admitiendo que habría votado por el NO con la información que tiene en la actualidad, hasta Piñera hablando de los “cómplices pasivos”— finalmente empieza a aparecer en la derecha un discurso consistentemente crítico respecto del período. Aparece, como era previsible, dela mano de las nuevas generaciones, aquellas que no tenían edad para votar en el plebiscito. Fue el argumento central que ofreció Hernán Larraín Matte (43), presidente de Evópoli, al discutir la inviabilidad política de Mauricio Rojas en el Ministerio de las Culturas: las violaciones a los DD.HH. No deben ser sometidas a ninguna “contextualización” que busque pasar de contrabando algún tipo de justificación o relativización. El mismo Larraín había coordinado hace cinco años una declaración con marcado acento generacional, distanciándose no solo delos horrores cometidos agentes del Estado bajo Pinochet, sino de la tesis de la “inevitabilidad” del golpe, además de proponer a los partidos del sector que retiraran de sus declaraciones de alusiones a la “gesta liberadora del 11 de septiembre” (lo que ya ocurrió en RN y se debate en la UDI).

Algo similar hace el diputado gremialista Jaime Bellolio (37), quien le la derecha que no caiga en lo mismo que critica y condene sin ambages los procederes del régimen militar. Su tesis es radical en el sentido de que contradice el argumento utilitarista que muchas veces se esgrime en la derecha para moderar su condena: no el despegue económico que tuvimos sin Pinochet. Recientemente, el díscolo de la UDI ha tomado el camino kantiano: los buenos resultados en un área particular no justifican jamás los procedimientos viciados.

Al otro lado del firmamento, la bengala más luminosa la lanzó Gabriel Boric (32). El diputado autonomista pidió a sus socios del Frente Amplio reflexionar sobre los silencios cómplices y las apologías explícitas que abundan en la izquierda respecto de los regímenes autoritarios del mismo signo ideológico. Los casos de Cuba, Nicaragua y Venezuela salieron a la palestra. Sus palabras fueron aplaudidas por casi todo el espectro, pero el ala más radical de su coalición le cayó encima. Pidieron, de la misma forma que lo hace la derecha con Pinochet, “contextualizar” los distintos procesos. Pero lo de Boric también es kantiano: ningún proceso puede reivindicarse a punta de atropellos a los DD.HH., y ninguna concepción de democracia económica o social puede ser tan laxa como para devaluar garantías políticas en materia de libertad de expresión y posibilidad efectiva de oposición.

Con Boric se matricularon sus colegas de Revolución Democrática, Giorgio Jackson (31), y del Partido Liberal, Vlado Mirosevic (31). Este último renunció a la presidencia de la comisión de RR.EE. De la Cámara Baja precisamente por las críticas sistemáticas que los sectores duros del frenteamplismo le dirigen por sus posiciones universalistas en materia de DD.HH. Mirosevic ha sido consistente en su discurso: ni Castro ni Pinochet. Desde el punto de vista estratégico, además, el triunvirato que conforman Boric, Jackson y Mirosevic —el auténtico partido transversal del FA— entiende que es incompatible un proyecto político con vocación de mayoría que al mismo tiempo defienda lo indefendible ante el tribunal de la opinión pública. No están solos. Varios parlamentarios del bloque —especialmente sus correligionarios— se han pronunciado en el mismo registro. A primera vista, incluso, es la minoría política del frenteamplismo —MDP, Poder, Igualdad— la que se niega a reconocer los abusos de la izquierda en la región. Sus visiones son mucho más afines a las del Partido Comunista chileno. Y emergen de un tipo de razonamiento que comparten con muchos en RN y la UDI, especialmente los más veteranos: en ambos extremos del espectro, se imponen visiones utilitarias que privilegian el fin (desarrollo económico en el caso de la derecha, justicia social en el caso de la izquierda) por sobre los medios.

Sin embargo, usando la nomenclatura de Vial, irrumpe un nuevo consenso, que va desde Jaime Bellolio en la derecha hasta Gabriel Boric en la izquierda, en torno a la inviolabilidad delos DD.HH. Ya la observación irrestricta de los procedimientos democráticos. Es un consenso que, finalmente, expresa una convicción transversalmente liberal: lo que se construye con atajos no goza de legitimidad.

Publicada en Revista Capital.

Contenido relacionado

Redes Sociales

Instagram