El infinito en un junco

25 de Julio 2021 Columnas

Si usted quiere inicarse en la lectura de un libro, le recomiendo que comience por la maravillosa obra escrita por Irene Vallejo titulada “El infinito en un junco”. Ahora, si a usted ya le gusta leer anote este libro como el próximo en su lista de pendientes. Si ya lo leyó, déjeme compartir con Ud. algunas ideas.

Y es que, tanto para lectores avezados como para principiantes, gracias a Vallejo, aprendemos a valorar aún más los libros, al sumergirnos en el maravilloso recorrido histórico que está detrás de cada uno de ellos.

El infinito en un junco es un ensayo que fascina, en especial, porque nos permite entender que lo que leemos es mucho más de lo que imaginamos. Es el resultado de un complejo proceso de producción, no solo de ideas, sino que además de una evolución cultural que se ha desarrollado por siglos. A lo largo del trabajo, se expone cómo, desde la invención de la escritura, los hombres fueron probando distintas materialidades hasta llegar a las hojas de papel encuadernadas y que se perfeccionaron, siglos después, gracias a la imprenta, no sin antes haber sobrevivido gracias a los copistas medievales.

Ha sido un largo proceso en el que muchos libros fueron quedando en el camino. No siempre somos lo suficientemente conscientes de que los que han llegado a nosotros son solo una muestra, una selección aleatoria de obras que, por distintas razones, sobrevivieron en el tiempo. No obstante, hay un cementerio de reflexiones filosóficas, poemas, fábulas o novelas que no sobrevivieron al clima, a un incendio, a la acción de un fanático o al apetito insaciable de polillas analfabetas que, literalmente, se los devoraron.

Sobre esto, dice la autora: “Nos gusta imaginarlos peligrosos, asesinos, inquietantes, pero los libros son, sobre todo, frágiles. Mientras lees, una biblioteca arde en algún lugar del mundo”.

Así como esta reflexión, el trabajo de Vallejo está lleno de historias, anécdotas interesantes y divertidas respecto de las cuales no haré referencia para no sabotear la lectura, pero sí quisiera quedarme con algunas ideas que plantea sobre los libros en general.

Entrevistada por el diario El País, a raíz del éxito de su obra, Irene Vallejo señalaba: “Yo creo que cuando un libro tiene éxito editorial es porque está dando algunas respuestas a preguntas que la gente tenía en su cabeza sin ser consciente de ello”.

En una muestra absoluta de patudez, me atrevo a contradecir a la autora respecto a lo fascinante de su obra: no es que encontremos respuestas, sino que nos damos cuenta que nunca nos hicimos las preguntas básicas respecto a todo el camino que tuvieron que recorrer hasta estar con nosotros.

Asimismo, “Una misteriosa lealtad”, que era el título original de este ensayo, trata además de la práctica de la lectura y cómo ésta fue cambiando en el tiempo hasta convertirse en un proceso personal, de lectura en voz alta para un grupo de personas hasta llegar a la conversación muda con el escritor. En esta línea, Vallejo concibe al lector como un ser capaz de insuflar vida a aquellos signos muertos y fantasmales que son las letras.

Se trata de un proceso mucho más profundo del que podríamos imaginar: “El oficio de pensar el mundo existe gracias a los libros y la lectura, es decir, cuando podemos ver las palabras y reflexionar despacio sobre ellas, en lugar de solo oírlas pronunciar en el veloz discurso”.

A propósito del reciente cambio de nombre de un chocolate por considerarse ofensivo, Vallejo también critica el proceso de eliminación de cuentos, libros y películas que pueden resultar políticamente incorrectos: “Podemos hacer pasar por el quirófano a toda la literatura del pasado para someterla a una cirugía estética, pero entonces dejará de explicarnos el mundo. Y si nos adentramos por ese camino no debería extrañarnos que los jóvenes abandonen la lectura y, como dice Santiago Roncagiolo, se entreguen al Play Station, donde pueden matar un montón de gente sin que nadie ponga problemas”.

Así, las reflexiones fluyen a través de cuatrocientas páginas y explican su éxito editorial. Finalmente, dice la autora: “Imaginemos por un instante que cada uno de nosotros tuviéramos que dedicar meses enteros de nuestras vidas a hacer copias a mano, palabra por palabra, de nuestros libros más queridos, para evitar su extinción. ¿Cuántos se salvarían?” En mi caso, sin duda, El Infinito en un junco sería uno de ellos.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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