El cuarto año de gobierno: el último apaga la luz

6 de Abril 2017 Columnas Noticias

A un año de que finalice el segundo gobierno de Michelle Bachelet, las impresiones que genera el ocaso de este periodo no pueden ser sino negativas, percibiéndose una sensación de malestar generalizado en el ambiente. Este es quizás uno de los pecados más graves de Bachelet, su gobierno pareciera no dejar satisfecho a nadie, ni a la oposición ni a la coalición que la apoyaba.

Aunque algunos han querido denostar a la mandataria calificándola de populista, habría que decir que si bien en lo campaña lo fue, prometiendo, por ejemplo, la gratuidad en educación, en la práctica, no lo ha sido. Quizás, más por falta de carácter y apoyo que de ganas. La mejor demostración de su impopularidad es que no existen sectores duros que se cuadren con ella y que defiendan a rajatabla su gestión. Sería impensable ver después del 11 de marzo de 2018 expresiones populares a su favor como una marcha o un grafiti lamentando su salida, como sí ha sucedido con gobiernos populistas como los de Chávez en Venezuela, Lula en Brasil o la Sra. K en Argentina. La propuesta bacheletista que se encarnó en una coalición que ella misma bautizó como Nueva Mayoría, simplemente se desfondó.

Culpar a la oposición de no poder cumplir con el programa sería una respuesta facilista para un tema que reconoce bases diferentes. En términos simples, fue la propia Nueva Mayoría la que merced a su incapacidad técnica, abortó sus propias reformas antes siquiera que pudieran cuajar. Hay problemas respecto de los cuales hubo consenso amplio, como el estado paupérrimo en que se encuentra la educación pública. Se pudo haber partido por mejorar la educación municipal como un punto en común y no haberse desgastado en aquellos en los que había disenso como la propiedad de los colegios o la gratuidad universal. Pero no, había que gobernar para la galería imaginaria. Resultado: ni los estudiantes, ni los profesores, ni las universidades, ni la oposición quedó contenta. Lo único que los une en este momento es que todos encuentran que la reforma es mala.

Los últimos cambios de ministros han dejado en evidencia la falta de interés de su coalición por ser miembros de una tripulación de un barco que pareciera hundirse lentamente, sin mayor remedio. Los ministros de Bachelet nos recuerdan a los músicos del Titanic que siguen tocando a pesar de la debacle, conscientes de que hipotecaron la opción de ser partícipes de un nuevo gobierno.

La elección de Javiera Blanco al Consejo de Defensa del Estado es una muestra de esta situación, si no es posible encontrar aprobación pública, al menos hay recompensar al grupo cada vez más menguado de leales. A Michelle Bachelet pareciera que ya no le interesa revertir los pésimos niveles de aprobación que posee. Más importante resulta blindar a los que la acompañaron en esta procesión y que, alguien pudiera sugerir, podrían destapar la interna de un gobierno que si por fuera se ve malo, por dentro puede estar podrido.

Quizás la mejor analogía que permita comprender este último año de Bachelet a cargo de la presidencia de la República sea el de una resaca. Nos referimos a esa sensación de que nada de lo que se haga en el día será de utilidad y que todos los esfuerzos por tratar de revertir la sensación de malestar serán en vano. A este gobierno le pasa lo mismo, solo quedan 365 días.

*Columna escrita con Gonzalo Serrano Facultad de Artes Liberales, UAI.

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