El Covid y los “empleos desechables”: aprendiendo a valorar los trabajos más precarizados

1 de Mayo 2020 Columnas

Son momentos difíciles para todos y todas en esta pandemia mundial, momentos de aislamiento social, de mucha solidaridad que nos parecía olvidada en esta sociedad competitiva, de verdaderos heroísmos y también de las mezquindades de algunos que siempre desean sacar provecho incluso de las tragedias.

Y este momento de crisis aguda nos vuelve también hacia lo más esencial e importante de nuestras vidas, y nos permite reflexionar sobre la sociedad y el destino de nuestra civilización.

En este contexto, la reflexión acerca del trabajo y su valor es imprescindible.

Es imprescindible porque presenciamos, por un lado, trabajadores heroicos como los médicos y enfermeras y los auxiliares de la salud, que en todas las sociedades cuentan con importante reputación social, sobre todos los médicos y, por otro lado, se ha visibilizado la importancia de diversos trabajos considerados irrelevantes y desechables, que también resultan heroicos en estos momentos, como los choferes del transporte y metro, los recolectores de basura, los repartidores a domicilio, los trabajadores de supermercados y un largo etc.

Estos trabajos desechables y mal pagados, muchas veces realizados por migrantes y por el sector pobre de nuestra sociedad, nos permiten en estos momentos de crisis estar a resguardo, con aislamiento en nuestros hogares, hasta que sea más seguro restablecer las actividades normales. Sin ellos, la sociedad dejaría de funcionar en sus aspectos más básicos y el caos sería total.

¿Cómo cambiarán nuestras percepciones luego de esta pandemia? Es difícil ser optimistas. Los seres humanos somos sobrevivientes del olvido y las redes del poder tenderán rápidamente a sepultar esta memoria.

Pero mientras dure esta pandemia no se puede negar que estos trabajadores desechables son vitales para nuestra sobrevivencia y para la sociedad en general, y que hemos sido injustos al dejar que sus salarios sean determinados por el mercado, cuando resulta evidente que los mercados perfectos no existen, que los países que fundaron el capitalismo se basaron en numerosas regulaciones, y que el mercado perfecto no es más que una ilusión, dado que en definitiva detrás de dicha idea abstracta están las personas y, por tanto, un mercado con igualdad de poder y eficiente no es más que una falacia, porque cada persona tiene su historia y su cuota de poder. En otras palabras, el mercado desregulado aparentemente libre es sólo eficiente para el poderoso.

Por otro lado, esta pandemia se parece a una huelga general. Este tipo de huelgas, en las sociedades occidentales, suelen visibilizar la importancia de los trabajos menos valorados. Por ello, los regímenes autoritarios y las democracias de fachada suelen prohibir este tipo de expresiones y acostumbran utilizar la violencia policial en contra de los huelguistas.

En nuestro país, como en muchos otros de América Latina, de África y Asia, estos trabajos desechables están siempre invisibilizados y muy mal pagados. Los mecanismos consisten en desempoderarlos, y la clave desarticuladora es prohibir el sindicalismo o hacerlo irrelevante limitando el derecho de huelga, el de organización de los trabajadores y flexibilizando el despido de manera de que el trabajador esté siempre intimidado. Si a esta receta se une el sobre endeudamiento, se logra una masa de trabajadores mudos y obedientes.

Como esta pandemia constituye una clara emergencia, los gobiernos de la OCDE han adoptado todo tipo de medidas regulatorias, reemplazando la mano invisible por la mano visible de la sociedad y su expresión jurídica, el Estado. Incluso gobernantes como Trump han dado pie atrás en varias de sus políticas, otorgando subsidios a los trabajadores de plataformas como si fueran empleados regulares, siendo que las mismas agencias de su gobierno les habían negado tal calidad. Asimismo, Merkel y Macron, ambos presidentes de derecha liberal, han otorgado amplios subsidios a los trabajadores en cuarentena y cautelado que la pandemia no haga estragos en la población más vulnerable.

Con tristeza el caso de Chile es siempre la súper excepción. Nuestro gobierno no ha escatimado esfuerzos para facilitar el despido, la suspensión de labores sin salario, amedrentando a los trabajadores desechables y a los sectores más despoeídos, aprovechándose de esta tragedia para intentar suspender las negociaciones colectivas y procurando validar un finiquito electrónico como medio de presión al impedir hacer reserva de acciones por parte del trabajador.

Y la suspensión de labores es financiada por los mismos trabajadores con su seguro de cesantía, más un aporte estatal “solidario” de limosna.

Debemos tomarnos en serio el valor del trabajo, dejar atrás los prejuicios y nuestro elitismo como sociedad si deseamos construir una convivencia civilizada y aprender del horror de esta pandemia. Ojalá se rectifique esta visión miope y de corto plazo de nuestros gobernantes sobre el trabajo desechable y se lo aprecie como trabajo meritorio de dignidad, y se comprenda que el país lo construimos todos y no unos pocos privilegiados.

Publicada en Ciper.

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