Educación descartable

27 de Noviembre 2022 Columnas

“Mi docencia está marcada por intentar ser la profesora que me gustaría que mis hijas tuvieran”, dijo hace unos días una colega cuando despedíamos a una gran generación de estudiantes. Esas palabras no solo me identificaron plenamente como académica, sino que me hicieron mucho más sentido a la luz de las preocupantes cifras de deserción escolar que dio a conocer el Ministerio de Educación esta semana.

En concreto, la secretaría de Estado mostró que más de 50 mil estudiantes dejaron la educación formal entre 2021 y 2022. Un 24% más de lo que sucedía antes de la pandemia. Y yendo más atrás, el estudio informó que entre 2004 y 2021 más de 227 mil niños, niñas y adolescentes (NNA), entre 5 y 24 años, salieron del sistema. Aquello equivale a que un Estadio Nacional completo haya abandonado el aprendizaje este año y a que toda la población de Quillota hubiese dejado de educarse en los últimos veinte años.

La educación en Chile no es una temática nueva. Ya desde la década de los noventa venimos debatiendo sobre ella. De hecho, desde aquella época los cambios han sido vertiginosos, por ejemplo, en infraestructura a partir de la jornada escolar completa. En estos últimos 20 años, el presupuesto para esta área se cuadruplicó, marcando un crecimiento promedio anual de 7,8%, según datos de un estudio realizado por académicos de la Universidad de Talca.

El currículo se ha cambiado en innumerables ocasiones. Se ha peleado por la calidad, por el financiamiento, por la infraestructura. Lo que muchos aprendimos hace treinta o cuarenta años, hoy no existe. Pero, aun así, los NNA desertan del sistema y, además, entre los que se quedan, la calidad en mediciones internacionales ha estado muy lejos de mejorar.

Entremedio, llegó la pandemia a remecer el sistema más todavía. Porque mientras jugaban a conectarse a clases muchas veces acostados y con la pantalla apagada –o simplemente no tenían desde dónde conectarse-, se dieron cuenta de algo clave: pueden vivir sin ir al colegio y sin aprender. Lo hicieron así dos años y no pasó nada. Por ahora.

Aquello sin lugar a dudas afectará su futuro. Pero es un futuro líquido, poco concreto, uno que un NNA no tiene capacidad de entender ni sopesar. Y en el presente, lo que está viendo es un sinnúmero de variables que lo hacen preferir no estar en clases.

Una de ellas es la falta de contención emocional, de trato humano, que se está entregando a los estudiantes. Volvieron a las aulas y en muchos establecimientos fueron recibidos como si no hubiera pasado nada entre 2020 y 2021. Habían olvidado cómo convivir, estudiar, concentrarse, tener empatía y los colegios siguieron preocupados de la PAES, el SIMCE, los uniformes y las notas. No es menor que la Defensoría de la Niñez haya presentado en octubre cifras que hablan de que la depresión, ansiedad y autolesiones son hoy una realidad mucho más masiva de lo que se piensa.

Un segundo elemento tiene que ver con la oferta educativa. Los colegios siguen enfocados en cómo enseñar y en los rankings, más que en cómo aprenden los chicos y chicas. Entonces, tiene mayor relevancia que repitan de memoria el discurso que un profesor lleva reproduciendo durante los últimos 20 años, antes de que sean capaces de tener un aprendizaje realmente profundo, de analizar críticamente, de crear soluciones nuevas, etc. Es mejor que escriban, memoricen, repitan y borren de la cabeza para comenzar el proceso nuevamente. Ojalá callados y sin dar opiniones ni argumentos.

Un tercer punto relevante tiene que ver con la capacidad que tenemos los profesores y académicos de hacernos relevantes para los NNA. Porque si en la realidad están expuestos a una vida que sucede rápidamente, con soluciones inmediatas y una amplia oferta para desertar y dedicarse a otras actividades, lícitas o no, donde pueden ganar dinero –el mismo que le hemos inculcado como lo único que asegura la felicidad-, ¿por qué van a preferir encerrarse ocho horas a escuchar temáticas cuya relevancia práctica no comprenden? Es como hacerlos volver a la Edad Media durante gran parte del día y esperar que, de manera mágica, por sí solos adquieran el gusto por aprender.

Ya no estamos fallando –tanto- en infraestructura ni en cambios al currículo escolar. Pero sí en hacer del estudio algo significativo para los estudiantes, en educarlos no solo como máquinas repetidoras, sino como personas, en hacerlos comprender que ellos son parte central y activa de su propio proceso y que este no es solo para ganar dinero en un futuro etéreo. Mientras no entiendan por qué tienen que educarse, ese aprendizaje va a ser irrelevante y, por lo tanto, descartable.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

Contenido relacionado

Redes Sociales

Instagram