De O’Higgins a Boric, esa fascinación de la política chilena por Gran Bretaña

2 de Febrero 2022 Columnas

Gran Bretaña se ha convertido en un nuevo referente cultural y que ejercerá una notoria influencia política y cultural en el gobierno entrante.

Durante su campaña como candidato presidencial, Gabriel Boric presentó reiteradamente al sistema de salud británico (NHS, por sus siglas en inglés) como modelo a seguir para una futura reforma a nuestro sistema de salud. Izkia Siches, en ese entonces presidenta del Colegio Médico, afirmó que se trataba de un “buen modelo”. Recientemente, en su participación en el programa Tolerancia Cero, el presidente electo volvió a referirse al tema, pero esta vez consultado por el nombramiento de Mario Marcel como Ministro de Hacienda. Al respecto, señaló que era “un socialdemócrata pre-Guiddens” y narró que en una oportunidad éste le había prestado “un libro sobre la construcción del NHS en Inglaterra” y que, por lo tanto “es una persona comprometida con la creación de un Estado que garantice derechos sociales universales”. Además, varios de quienes cursaron o cursan sus estudios en universidades británicas ejercerán cargos de importancia en la nueva administración o influirán en el diseño de algunas políticas públicas.

Algo similar ocurrió hace poco más de doscientos años. En medio de las Guerras napoleónicas, que originaron la crisis que gatilló el proceso de independencia hispanoamericano en 1808, Londres se convirtió en el centro de atracción para una parte considerable del contingente que lideraría la construcción de los futuros estados independientes que resultarían de dicho proceso. Entre ellos podemos mencionar a Bernardo O’Higgins, José de San Martín, Simón Bolívar, Bernardo Rivadavia, Vicente Rocafuerte, entre otros. También a quienes sin ser líderes del proceso cumplieron un rol fundamental como asesores de los mismos o en el diseño institucional de las nuevas repúblicas, como Andrés Bello, Antonio José de Irisarri y José Joaquín de Mora. La experiencia vital de esta generación de líderes en Londres, incluyendo al propio O’Higgins, fue determinante para adoptar un nuevo sistema de referencias políticas y culturales en la construcción de los nuevos Estados. Varios de ellos se educaron en escuelas británicas e incluso educaron a sus hijos en ellas. Asistieron también a clubes, tertulias y a logias masónicas. Fue en esos circuitos que conocieron personalmente a importantes intelectuales, políticos y figuras públicas como Jeremy Bentham, Joseph Lancaster y Edward Jenner.

Quizás estamos acostumbrados a escuchar o leer que las principales referencias político-culturales de quienes lideraron el proceso de independencia fueron las revoluciones francesa y norteamericana. En alguna medida, es cierto. Lo que no es cierto es que estos modelos hayan servido de “inspiración” para iniciar el proceso independentista. Más bien, fueron referencias para legitimar un proceso que ya estaba en marcha. Nociones como las de república y ciudadanía habían sido redefinidas y resignificadas durante ambos procesos (recordemos que, en último término, ambas nociones habían surgido en la Antigüedad clásica). En el caso de la revolución francesa, está meridianamente claro que para las nuevas elites políticas hispanoamericanas representó antes que todo el ejemplo de aquello que se quería evitar. No estaban dispuestos a compartir el poder “hacia abajo” y temían que algo así podía llevar a un baño de sangre, como ocurrió durante el “Terror” o en la Revolución de Haití en 1804. En la década de 1820, la palabra “democracia” remitía a liberalismo, pero también a desorden y “anarquía”. Esto explica por qué Gran Bretaña ejercía tanto atractivo como modelo político-cultural, especialmente entre aquellos líderes que, como Bolívar, O’Higgins y San Martín habían vivido algunos años en Londres.

De todos modos, el periodo de las “revoluciones atlánticas”, como lo ha denominado parte de la historiografía, se caracteriza precisamente por su dinamismo y por el entrecruce de ideas, bienes y personas a ambas orillas del Atlántico. En ese sentido, sería fatuo buscar una sola fuente de referencias político-culturales o una predominante sobre la otra. Los líderes del proceso independentista se alimentaron de un mosaico de referencias político-culturales y adoptaron – y adaptaron – aquellas que les eran útiles de acuerdo a sus objetivos. Pero, ¿qué era aquello del modelo británico que ejercía tanto atractivo para estos líderes? De acuerdo a Karen Racine, la historiadora que ha investigado con mayor profundidad la experiencia vital de este grupo de hispanoamericanos que confluyó en Londres, los temas de preocupación para esta generación incluían, entre otros:

“… ideales de inspiración británica como un reformismo de cuño aristocrático, el respeto no sólo por la libertad sino también por la preservación de la propiedad y el estatus, la expansión de la educación primaria patrocinada por el Estado, la abolición controlada de la esclavitud, la preocupación por el establecimiento de una autoridad constitucional arraigada en la tradición local, la adopción de leyes específicas relacionadas con la difamación y la libertad de prensa, el juicio con jurado, una aguda conciencia del poder de la opinión pública, una afición por ciertos precedentes históricos comúnmente desplegados en la retórica radical británica, y el ideal utilitario de ser útil para la nación”.

En resumen, Gran Bretaña ofrecía un modelo de orden y estabilidad que varios de estos líderes anhelaban luego de más de quince años de guerra. Su última revolución – sin contar la de las trece colonias en 1776 – había acontecido en 1688 y desde ese entonces se preciaba de no haber sufrido conflicto interno alguno. Uno de los efectos de dicha revolución había sido consolidar un sistema político con equilibrio de poderes – no solo separación – en que el Parlamento no solo contrapesaba al poder del monarca, sino que representaba también los intereses del pueblo. A este sistema se atribuía también la virtud de facilitar la gradualidad en la implementación de cualquier reforma y fue mirado con atención por varios de estos líderes, quienes consideraron seriamente la posibilidad de adoptar un sistema similar para los nuevos Estados hispanoamericanos. De hecho, sabemos que Jeremy Bentham mantuvo una prolífica correspondencia con varios de estos líderes e incluso colaboró en la redacción de algunos proyectos de constitución. Pese a ser británico, fue uno de los grandes defensores del régimen republicano y anhelaba ver plasmadas en las nuevas repúblicas hispanoamericanas su ideario filosófico-político.

ANDRÉS BELLO, CHILE Y LA PASIÓN POR EL ORDEN

Quien mejor entendió esta combinación de elementos fue Andrés Bello. Gracias a la obra de Iván Jaksic, sabemos lo importante que fueron sus años en Londres para configurar un ideario que impactaría notoriamente en la configuración del naciente Estado chileno, tras los primeros intentos por dotarle de un orden político-constitucional. Andrés Bello: la pasión por el orden, se titula la obra del último Premio Nacional de Historia. Con esto ya queda claro que para Bello la construcción del nuevo Estado no podía llevarse a cabo a partir de las cenizas del Imperio español. Bello fue uno de los principales defensores de la gradualidad de los cambios y de construir el nuevo Estado a partir de los cimientos heredados de los casi tres siglos de administración española. Sabemos que era un asiduo lector, estudioso y traductor de las obras de Jeremy Bentham y John Locke. No rehuía, al igual que O’Higgins, San Martín y varios otros, a la idea de instalar una monarquía constitucional, en la medida que fuese garantía de orden y estabilidad, tal como ocurría en Gran Bretaña.

No voy a detenerme a analizar los variados ámbitos en los cuales Gran Bretaña ejerció una marcada influencia cultural durante la post-independencia. En el libro El otro imperio. Chilenos y británicos en la revolución de independencia, estudié en profundidad este tema en los ámbitos de la educación, el comercio, la religión, la guerra y la diplomacia. Si se pudiera hacer un parangón con el atractivo que hoy genera el NHS para reformar nuestro sistema de salud, diría que hace doscientos años ocurrió lo mismo con el sistema educativo. Todos los nuevos Estados hispanoamericanos, incluyendo a Chile, optaron por adoptar el sistema británico de enseñanza, conocido como sistema monitorial, mutuo o lancasteriano. El sistema es conocido por el uso de “monitores”; es decir, alumnos aventajados que impartían las lecciones a sus pares supervisados por un maestro. Este, desde una tarima, observaba todos los movimientos del salón que servía de espacio para la escuela, emulando al “panóptico” que había desarrollado Jeremy Bentham. Se trata de una escuela que por primera vez, dentro de un mismo espacio, clasificaba a los alumnos en grupos homogéneos de acuerdo a su nivel de aprendizaje, estableció una rutina mecanizada predefiniendo lo que había que hacer hora por hora, minuto por minuto, codificó todos los movimientos y rituales que se debían seguir en la rutina escolar, estableció un sistema de premios y jerarquías entre los monitores y,quizás lo más importante, definió que la escuela debía funcionar como un regimiento, en que primara el orden y el silencio.

Para los líderes de las nuevas repúblicas, que habían conocido su funcionamiento In situ y que incluso se relacionarían con el propio Lancaster, al punto de que este fue contratado por Bolívar para implementar su sistema en Caracas, este nuevo tipo de escuela representaba también la superación del pasado que se quería dejar atrás. Era ingresar a la modernidad y formar parte del “mundo civilizado”. Sin embargo, lo que resultaba particularmente atractivo, en palabras de Camilo Henríquez, era su énfasis en el orden y la disciplina: “el que haya visto y admirado el buen orden que se mantiene en un regimiento y la regularidad de todos los movimientos está pronto á creer los buenos efectos de este sistema de educación conducido por monitores bajo el gobierno del maestro”. Para Henríquez, la escuela representaba una “república en miniatura”; en otras palabras, una república en que el orden y la disciplina eran la tónica y en que los roles estaban preasignados. Es decir, a pesar de que era un sistema educativo vanguardista para el periodo y funcional a una sociedad industrial como la británica, la resignificación que tuvo en Chile, una sociedad mayoritariamente rural, se orientó hacia enfatizar el orden como un valor deseable para la nueva república.

UN MODELO QUE APELA A CONSERVADORES Y LIBERALES

Sacamos a relucir este ejemplo para graficar hasta qué punto las nociones de orden, estabilidad y gradualidad con las que se asociaba a Gran Bretaña estuvieron en el origen de nuestra construcción republicana. Se trató de un momento refundacional, que buscó dejar atrás las referencias políticas que legitimaban la monarquía absoluta de derecho divino y reemplazarlas por la legitimidad republicana, sustentada en nociones de soberanía popular y contrato social. Cambiar de manera tan radical dicho marco de referencias era un acto en sí mismo revolucionario, pero para varios era deseable construir el nuevo orden político de manera gradual.

Hoy en día estamos frente un momento coyuntural de nuestra historia, en que la retórica refundacional ha vuelto a posicionarse. Uno de los contenidos de este discurso dice relación con la necesidad de desmantelar el orden neoliberal y construir de una vez por todas un Estado de Bienestar. Lo interesante es que para una parte importante de quienes mañana detentarán el poder uno de los modelos predilectos sea el británico, el cual, comparado a los países escandinavos, está lejos de poner en manos del Estado la responsabilidad de garantizar todos los derechos sociales universales. Se trata más bien de un resabio de lo que alguna vez fue un Estado de Bienestar, siendo el NHS uno de sus últimos bastiones. No obstante, continúa siendo un modelo que genera atracción y resulta funcional al discurso de moderación que ha asumido Gabriel Boric en las últimas semanas. Como señala Racine para el caso de la independencia, “el modelo británico era tan poderoso, porque podía apelar a conservadores y liberales por igual”. ¿Será esto lo que busca Boric?

Publicada en Tercera Dosis.

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