Crisis en Chile: si hay diálogo, hay esperanza

20 de Noviembre 2019 Columnas

En medio de la convulsión social y la confusión política que hemos vivido estas semanas, se pronunció una de la frases más sensatas y políticamente más prometedoras que hemos escuchado, la pronunció recién nombrado el Ministro de Haciendo Ignacio Briones: “no hay nada escrito en piedra”. Pero ¿qué importancia puede tener una simple frase? Los sucesos recientes hacen que esta pregunta no resulte necesaria: junto a condiciones objetivas, el malestar, tras el estallido social desatado, suma la irritación producida por desafortunadas frases de autoridades que fueron recibidas como expresión de un serio déficit de sensibilidad social, empatía humana, sentido de Estado y pertinencia política. Múltiples reuniones de diálogo y negociaciones con resultados y acuerdos en el sector de hacienda, han dado traducción práctica a la declaración del ministro.

La frase tiene el valor, en el contexto que vivimos, de restituir a la política el campo de su acción y su sentido. Las posiciones pétreas representan el apego porfiado a lo sólido en un mundo líquido, la clausura de la comprensión frente a una realidad histórica que nos ubica en una situación de nuevos sentidos a esclarecer. La política adquiere su espacio y justificación precisamente cuando reconocemos que los asuntos humanos de los que se ocupa, escapan a posiciones absolutas o incontrovertibles. La política sólo se entiende si los asuntos en los que se juega la organización y definición del destino de nuestra convivencia, son asuntos opinables que exigen una relación con lo distinto que se ha puesto en movimiento y una conversación con los que piensan distinto. La frase restituye la tarea de la comunicación y deliberación propia de la política para construir un mundo común. Los dogmáticos no tienen un paradigma, están, más bien, atrapados en él, incapaces o temerosos de pensar sin las claves de respuesta a las que están habituados. El apego del dogmático lo vuelve incapaz de ver, incapaz de dejar que aparezca lo que está pasando en tanto se insinúa rebelde a su paradigma. El dogmático es un tipo de persona que desespera en democracia, choca frontalmente con la lógica del sistema en tanto este descansa en la legitimidad del pensamiento crítico interrogativo permanente y sin límites.

¿Significa esto renunciar a las convicciones propias, exponerse al caos del relativismo? Nada de eso. Más bien significa que se hace posible que comencemos por fin a identificar el falibilismo como la actitud intelectual y política más coherente con la naturaleza de la vida democrática y con los problemas que surgen en su seno. Un falibilista tiene una posición, posee ideas propias, pero se distingue por no absolutizarlas ni fijarlas de manera pétrea. El falibilista está dispuesto a revisar, rectificar o modificar sus esquemas de comprensión si la realidad obliga a ello; acepta que puede tener puntos ciegos, que existe algo que quizá no esté viendo, que alguien puede aparecer con una idea mejor o una sugerencia que nos obliga a repensar, a ser flexibles. El falibilista sabe que nadie tiene “la perspectiva del Ojo de Dios”. Menos en política. Y que por lo tanto, si la política no se afana por dar vida al diálogo, la política se anula a sí misma, niega la razón y posibilidad de su necesidad y valor para la vida de un país. La democracia es el sistema falibilista por excelencia, vive de la vida y calidad del diálogo de sus actores como método para construir acuerdos capaces de encausar pacíficamente la convivencia social cuando esta se ha fracturado o requiere componerse. En política, en democracia, si hay diálogo, hay esperanza.

Publicada en El Dínamo.

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