Amarillos, pero no tontos

3 de Diciembre 2017

Amarillos -recuerdo de mis tiempos universitarios- se les decía a quienes no manifestaban posiciones políticas claras y definidas. Ser amarillo era ser ambiguo, no casarse con ninguna opción, querer navegar en la indefinición. Esa es la acusación que ha recibido el Frente Amplio en los últimos días: su declaración frente a la segunda vuelta -en resumen: llamamos a votar, que cada uno decida libremente, pero Piñera nos parece un retroceso- habría sido amarilla. Lo señaló el propio Guillier: “Uno espera en política que la gente tenga posiciones definidas”, dando a entender que el Frente Amplio no las tenía.

En la derecha celebraron. Con exceso de entusiasmo, el senador Allamand indicó que el Frente Amplio le estaba dando un portazo al candidato de la Nueva Mayoría. No es tan así. Si Humbertito fuese militante de alguno de los colectivos que apoyaron a Beatriz Sánchez, entendería perfectamente que en este caso la libertad de acción no implica que Guillier y Piñera sean opciones igualmente válidas. Lo que Guillier perdió, en cualquier caso, fue la posibilidad de marcar un hito y generar momentum electoral.

El Frente Amplio habría preferido no encontrarse en esta situación. La gran familia concertacionista todavía no perdona a Marco Enríquez por el tibio apoyo que le dio a Frei en la segunda vuelta de 2009. Hay algunos que todavía le echan la culpa por haberle entregado el gobierno a la derecha en bandeja. La coalición de Boric, Jackson y Mayol no quería verse sometido al mismo chantaje. Querían apartar ese cáliz. Ellos esperaban una votación presidencial más acotada, junto a un Sebastián Piñera muy cerca de conseguir la mayoría absoluta. En ese escenario, nadie les podría haber recriminado nada. Pero consiguieron más poder del esperado, y con el poder vienen las responsabilidades.

Esto no se trata de que sean cabros chicos porfiados. Estratégicamente hablando, al Frente Amplio no le conviene que la Nueva Mayoría recomponga sus fuerzas y se consolide como la principal coalición política de la centroizquierda. El oficialismo está herido -el magro porcentaje obtenido por Guillier en primera vuelta lo refleja- y en una de esas es mejor dejar que se desangre para que sea una nueva generación la que reclame su derecho a ocupar ese espacio. Esto puede sonar feo en algunos oídos, pero es una táctica razonable pensando las aspiraciones futuras del Frente Amplio. Si gana Piñera, la competencia por la conducción de la oposición queda abierta. Y para varios en la Nueva Mayoría -especialmente el PC y ciertos sectores del PS- se haría atractiva la idea de unirse a la savia joven del izquierdismo nacional cuyas acciones van al alza. Serán amarillos, pero no tontos.

Publicado en Las Últimas Noticias.

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