Que el mundo no es un lugar auspicioso para el despliegue de esperanzas justificadas de mejoramiento me era desde hacía tiempo evidente. Por cierto, siempre refulge la esperanza impenitente de que, en el margen, como dirían los economistas, algo mejore. Pero como la historia muestra una y otra vez, son solo ilusiones.
Imagine que entran a su casa y a la de sus vecinos a mitad de la noche y masacran a su familia o la secuestran para utilizarla como rehén. A usted también. O que está disfrutando con amigos de una fiesta rave en el desierto que se convierte en campo de tiro. Imagine 40 niños decapitados. Imagine que los hechores no solo cometen estos crímenes, sino que los celebran, denigrando, abusando, y maltratando incluso los cuerpos. En realidad, no tiene que imaginar mucho. Sólo vea lo que hizo Hamás en Israel: masacró a cientos de civiles, quizás más de mil. No se trata de “víctimas colaterales” de un enfrentamiento o de una acción militar, sino que de víctimas intencionadas. Ese era el objetivo.
Si la palabra significa algo después de tantos manoseos, este es, indudablemente, un acto terrorista, y uno de la peor especie.
Partamos por lo obvio. Hamás es una agrupación terrorista que, como pregona a los cuatro vientos, quiere borrar Israel del mapa. Si en vez de matar cientos hubiese podido matar miles o millones de civiles israelíes, lo habría hecho. Todavía más: se trata de una agrupación islamista extremista, que utiliza a la propia población palestina como escudo humano, que no respeta los derechos de las mujeres, y ni que decir de los de las “disidencias”; y ya que desde el año 2007 no somete su autoridad a elecciones, tampoco la democracia. Usted, se lo aseguro, no querría vivir bajo su dominio. La causa palestina por un Estado propio no tiene nada que agradecer a Hamás y sus actos barbáricos de inhumanidad.
Pero –como sostuvo ejemplarmente el partido comunista local y también lo dicen muchos otros al punto de ni siquiera condenar el asesinato de civiles– se trataría, en realidad, de reacciones a la verdadera agresión que es la ocupación israelí. Esto no es serio. Las circunstancias pueden ser dramáticas, pero ello no justifica cualquier cosa, ciertamente no lo que ha hecho Hamás. Es patético que los que hace solo algunas semanas acusaban de “negacionistas” a los que contextualizaban el golpe, ahora no condenen los crímenes barbáricos contra civiles cometidos por Hamás o lo hagan a medias tintas, porque hay que situar estas acciones en el contexto de la ocupación. Si no es falta de inteligencia, es hipocresía, es decir, miseria moral.
Son momentos dramáticos. Estamos en los comienzos de una guerra que según los expertos será larga y dejará muchos muertos, sobre todo civiles. Justamente porque, como sostiene Kant en La Paz Perpetua, la guerra parece nacer de la naturaleza humana, no hay que perder la brújula moral: la guerra no debe ser. Y si llega a ser, los civiles no pueden ser sus objetivos.
Publicada en La Segunda.