11 de septiembre de 2023

10 de Septiembre 2023 Columnas

Hace unos días, al historiador español Jaume Aurell, invitado por la Universidad Adolfo Ibáñez a una jornada de Historia, se le preguntó por el 11 de septiembre y respondió sobre el atentado terrorista a las Torres Gemelas en New York el 2001. Una vez que se le corrigió, haciéndole ver que la pregunta era sobre Chile en 1973, recordó que no era primera vez que esto le ocurría. Hace algunos años, había sido invitado a un programa de televisión en su natal Barcelona para hablar sobre el 11/9. Aurell llegó entusiasmado a la entrevista, hasta que se dio cuenta de que era para hablar sobre el atentado a las torres y no, como creía, de la resistencia del sitio de Barcelona a las tropas borbónicas ocurrida también un 11 de septiembre, pero de 1714, y que hoy se celebra como el día de Cataluña.

Pareciera ser que nuestro 11 de septiembre, como efeméride, tiene poco de originalidad.  Es más, el destino de nuestro país también estuvo en juego un 11 de septiembre, pero de 1541. Ese día las tropas mapuche intentaron acabar con la ciudad de Santiago, recientemente fundada por Pedro de Valdivia. En realidad, era un campamento, pero de no haber sido por la valentía de Inés Suárez, que cortó las cabezas de los caciques para amedrentar a los invasores, el esfuerzo de la conquista se habría atrasado quizás cuántas décadas más. La destrucción de Santiago ya nadie la recuerda y, si alguien lo hace, quizás hasta se lamente del triunfo de los españoles por sobre los mapuche. Pero, en perspectiva, fue clave. Nada de lo que existe, tal como lo conocemos, sería así de no haber sido por la valentía de una mujer que creía en el proyecto de Pedro de Valdivia.

A casi cinco siglos de ese acontecimiento, los 50 años del golpe, en cambio, parecieran terminar monopolizando la agenda. Lo que debió haber sido una instancia de reflexión, de perdón y encuentro, hoy pareciera ser una nueva fuente de conflictos y disputas. En gran medida, porque aparece condicionado por los hechos ocurridos el 18 de octubre de 2019 y los días siguientes.

Es curioso, pero hace unos cuarenta años, cuando el 11 todavía era feriado y defensores del golpe Militar y opositores de la Dictadura se juntaban a disputarse la calle Valparaíso bajo las consignas del Sí y del No, la frase clásica que se escuchaba era que tendría que pasar una generación para poder reconciliarnos, pero estamos muy lejos de aquello.

Esa generación, llamada a cicatrizar las heridas, nació, pero olvidó las circunstancias que llevaron a que en Chile se produjera un golpe de Estado. Se compró, además, una imagen idealizada de Salvador Allende, la de un líder que unía a la izquierda. Y junto con este monumento a cuestas, olvidaron lo difícil que fue para las generaciones que le antecedieron alcanzar y defender la democracia antes y durante los famosos 30 años.

A propósito de las recientemente publicadas memorias de Óscar Guillermo Garretón, pienso en todos aquellos que fueron exiliados y autoexiliados, los que fueron amenazados o perseguidos y en aquellos cuyos amigos terminaron torturados, amenazados y desaparecidos. Pero que, pese a todas esas circunstancias, estuvieron dispuestos a negociar con sus enemigos por avanzar en la senda del diálogo hacia un retorno a la normalidad. Bien lo dice Garretón en sus memorias: “Soy parte de una generación que lo perdió todo, incluso la vida de muchos de los suyos, pero luego fue capaz de hacerlo mejor, cuando aprendió a construirse una nueva oportunidad con una lógica distinta a aquella fracasada”.

Las actuales generaciones parecieran no conocer esta historia. Quizás porque ese sea nuestro triste destino. La mayoría de las veces terminamos valorando las cosas cuando las perdemos y eso fue lo que sucedió con la democracia, un 11 de septiembre de 1973. Lamentablemente y contrario a lo que pensábamos, las nuevas generaciones lejos de desatar el nudo, lo apretaron aún más, porque no son conscientes de que la democracia no es un bien dado, sino uno ganado.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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