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Actualmente, tanto economistas como filósofos asumen que sus campos se encuentran claramente divididos. Mientras que la pregunta de cómo crear riqueza es un interrogante empírico que corresponde al campo de la economía, la pregunta de cómo distribuirla es un interrogante sobre la justicia y corresponde al área de la filosofía. Esta supuesta división ha generado que hoy los filósofos preocupados por cuestiones de justicia no se enfoquen demasiado en temas concernientes a la creación de riqueza y al aumento de la producción, mientras que los economistas no consideran que sus visiones deban tener una justificación filosófica.
Esta distinción, sin embargo, es relativamente nueva. En el siglo XVIII, era usual que los filósofos preocupados por temas de justicia tengan un fuerte entrenamiento económico, y que quienes se dedicaban a estudiar la economía tengan formación filosófica. Así, de acuerdo con esta visión, la economía y la filosofía necesariamente se superponen al momento de pensar cómo deberían estar diseñadas nuestras instituciones políticas. Los casos de Adam Smith y David Hume son quizás los ejemplos más notorios.
¿Ha llegado el momento de recuperar esta concepción? ¿Qué conclusión podemos sacar a la luz de los acontecimientos políticos, económicos y sociales que están teniendo lugar en Chile y, en general, en el mundo?