Natalia Ricote Martínez: “Nunca pensé que, al iniciar este estudio, íbamos a descubrir una nueva especie. Fue un sueño hecho realidad.”

Gracias a muestras genéticas, a mediciones de hemoglobina, estudios fisiológicos de especímenes recientes y otros con más de 100 años conservados en los museos, se logró determinar que la especie de Picaflor gigante, Patagona gigas, no era – como se pensaba – una especie, sino que en realidad eran dos, dejando al descubierto otro picaflor grande el recientemente bautizado Patagona chaski que, hasta ahora, había pasado desapercibido.

Cómo se inicia la aventura

Natalia Ricote Martínez cuenta el descubrimiento de esta nueva especie de picaflor como si fuera un cuento, porque en realidad lo es. Natalia es Doctora en Ciencias Biológicas mención Ecología (UC), investigadora postdoctoral de la Facultad de Artes Liberales (FAL) – UAI y por estos días es coinvestigadora de un FONDECYT Regular junto a los académicos César González y Karin Maldonado de la misma FAL.

Por estos días, su última investigación ha dado mucho que hablar. “Me apasiona lo que hago. Como ecofisióloga me interesa ver cómo los factores ambientales y físicos pueden afectar el funcionamiento de los organismos, en este caso el de las aves, y el que puedan o no sobrevivir en un lugar determinado, especialmente en condiciones extremas”, señala la investigadora quien fue parte de un extenso estudio publicado por PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America) una de las revistas académicas norteamericanas más importantes.

Relata que esta aventura se inició en el 2017, cuando la investigadora norteamericana Jessie Williamson, de la Universidad de Nuevo México (UNM), se acercó al Dr. Francisco Bozinovic, un destacado biólogo, ecólogo y Premio Nacional de Ciencias 2020. “Francisco era una eminencia en este tema y era mi tutor. Jessie le contó que quería investigar al picaflor gigante con muy buenos recursos y fue él quien me invitó a participar de este proyecto. Yo asumí feliz. Lamentablemente Francisco no pudo ver los resultados finales, ya que falleció en 2023”, relata Natalia, con nostalgia.

En un principio, el interés del equipo era entender cómo se adaptan a la altura y qué pasa cuando migran. “Ya Charles Darwin había observado que, en Chile, en la primavera, los picaflores venían del desierto, pero nadie sabía de su ruta migratoria ni qué hacían en ese lapso. Era como verlos desaparecer”.

El descubrimiento

En el Mundo existen más de 300 especies de picaflores. El Patagona gigas, también conocido como el picaflor gigante, es de hecho, el más grande ya que mide de 23 a 25 cm de largo, es decir, es de 4 a 8 veces más grande que otros picaflores y en cuanto a su peso que en promedio es de 20 gramos, excede a otros que no superan los 3 gramos.

Por otra parte, su rango de distribución es muy extenso ya que habita dese el trópico al altiplano (en Ecuador y Perú) hasta Chile en la zona centro sur. Eso tampoco es común en los picaflores.

“Nuestra primera misión era determinar cuál era efectivamente su ruta migratoria y para ello, Jessie Williamson diseñó unos geo-localizadores que son como una mochila diminuta, compuesta por un chip parecido al de los celulares (como una plaquita) y que pesan menos de 0,5 gramos además del arnés que era de un material parecido al hilo de silicona elástico como el que se usa para hacer joyas o bisutería para que los picaflores pudieran hacer su movimiento de aleteo tan característico que se conoce como hovering y con lo que se mantienen en el aire”, señala la investigadora y agrega “era complejo ponerles los dispositivos a los ejemplares de picaflores adultos. Varios se perdían ya que estos arneses, aunque muy resistentes no duran para siempre, además, aunque los picaflores en general volvían al mismo sitio año tras año, no todos lo hacían. Algunos los recuperábamos, pero otros definitivamente se perdieron”.

Esta tecnología les permitió ver hacia dónde volaban y descubrir así su ruta migratoria. Fue acá donde encontraron dos descubrimientos sorprendentes, “estos picaflores pasan del nivel del mar chileno a más de 4.000 metros de altura y lo hacen como lo hacen los montañistas, es decir, primero suben a más de 1000 mts de altura y ahí se quedan una semana para adaptarse y aclimatarse. Luego vuelven a subir otro tramo más arriba y vuelven a descansar y de ahí hacían el último vuelo hasta los 4 mil de altura para finalmente quedarse ahí” explica la académica y agrega “además de este comportamiento, lo otro interesante fue descubrir que ellos, de alguna manera, realizan un viaje sincronizado con la floración de los cactus del desierto de Atacama para alimentarse de su néctar”.

La ruta de estas aves es espectacular; atraviesan la Cordillera de los Andes, cruzan a Argentina (a Catamarca) y luego siguen hasta el Altiplano en el Perú donde pasan el invierno para luego, en la primavera, devolverse por el desierto de Atacama, para finalmente, llegar a la costa central de Chile (cerca de Algarrobo) para reproducirse, empollar y criar, completando un viaje impresionante de más de 8.300 kms, que es un equivalente a dos veces el largo total de Chile, en 365 días y que es una de las migraciones más largas documentadas en picaflores.

Además del uso de los geo-localizadores, también se analizaron genéticamente especímenes de museo, que tenían más de 100 años, y otros que fueron capturados recientemente que sirvieron de comparación. Y fue ahí donde apareció otra sorpresa más; las muestran indicaban que se trataba de dos especies diferentes. “Es decir, a ambas especies las podemos encontrar en el extremo norte de Chile pero el Patagona gigas (Picaflor gigante del sur) es el que viaja a la costa. Son aves genéticamente diferentes, a pesar de ser casi iguales desde el punto de vista morfológico y además no se reproducen entre ellas”.

En efecto, Natalia Ricote cuenta que las dos especies sólo conviven juntas en época invernal en las alturas, pero cuando llega el tiempo de reproducirse, una vuela a la costa de Chile a poner sus huevos y la otra se queda en el altiplano.

Una especie nueva

Finalmente, los picaflores que se mantienen en el altiplano peruano son la especie nueva descubierta y que fue bautizada como Patagona chaski, (Picaflor gigante del norte) nombre en lengua quechua, en honor a los mensajeros del Imperio Inca que debían tener un estado físico muy resistente para recorrer grandes distancias y adaptarse a las alturas. En cambio, el picaflor chileno, Patagonia Gigas, que es el “viajero”, es de menor tamaño y su plumaje en el cuello es de una coloración más naranja.

“Sabemos que ambas especies eran una sola pero que se terminaron separando hace más de 2 millones de años, por lo que se habían mantenido ocultas o “solapadas” porque eran muy parecidas a simple vista”, señala la investigadora.

Un viaje investigativo con muchos aprendizajes

Este estudio que es el primero en describir esta migración deja abiertas muchas “otras puertas” investigativas para entender ahora, cómo conviven estas dos especies cuando están juntas, cuáles son las condiciones que enfrentan con sus crías, cómo se alimentan, cómo los afecta la altura en términos físicos, etc. Pero además de esto, le dejó muchas reflexiones y aprendizajes al equipo.

Natalia resume los puntos más importantes diciendo, “uno a veces cree que en el año 2024 ya todo fue descubierto, que está todo hecho, pero en realidad no es así. Existen nuevas sorpresas. Y en términos de conservación este es un trabajo muy importante respecto a la diversidad porque ahora hay dos especies que debemos proteger, estudiar y conservar, no sólo a una y eso es un desafío mayor”.

También señala que la perseverancia y la paciencia fueron actitudes claves en este proyecto. “Fueron siete años de investigación y finalmente fue muy bueno aguantarnos y esperar a publicar toda la información y no entregarla de manera parcelada. En este sentido, Jessie Williamson tiene mucho mérito porque logró juntar todos los datos en una única historia muy bonita y recién ahí publicó el estudio. Esto actualmente tiene un enorme valor, porque en el mundo de la ciencia siempre estamos corriendo con los papers, vivimos en la cultura que nos pide demostrar rápidamente, para ser eficientes y estar validados. Pero muchas veces en ese correr nos olvidamos de los detalles, de conectar los cabos, de mirar con calma los resultados y volver a repensar y eso efectivamente lleva tiempo”.

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