Últimas imágenes del naufragio

6 de Abril 2017 Columnas Noticias

El título no sugiere un homenaje a la memorable película de Eliseo Subiela, pero si una frase que sintetiza la realidad de la política latinoamericana que nos hace suponer que en este continente Fellini sólo hubiera sido un fotógrafo.

La decadencia progresiva del modelo bolivariano, representado en esencia por el gobierno chavista de Maduro que está padeciendo un eterno final tan dramático como anunciado, la caída de Dilma, el fracaso kirschnerista, el intento fallido de Bachelet en Chile por radicalizar su propuesta, el final del tibio giro izquierdista en Perú, la ajustadísima elección en Ecuador que ya no le permite a Correa la suma del poder eterno, son algunas imágenes.

Pero también es notable la reacción frente al intento populista de derecha en Paraguay, como también la manifestación de descontento en La Argentina por la actual gestión de Macri más allá del apoyo incondicional de la gente a un modelo democrático. Y no nos olvidemos del último intento populista de derecha representado por Trump. Parece que hemos vuelto al oscurantismo y los iluminados intentan aparecer. De un extremo y de otro.

Y en medio de todo este desgraciado carnaval, está la gente.

Poco a poco, la realidad va superando al relato. Aristóteles nos decía que la realidad es la verdad, pero el problema es la percepción de esa realidad. Y la gente, el ciudadano común, ya no come relatos.

Los plazos parece que se cumplieron y las promesas siguen siendo eso, una zona de promesas, algo que aún los políticos mediocres no aprenden.

En tal sentido, será necesario repensar todo.

Sería un grave error pensar que el populismo es la izquierda violenta, como también es un error definir que el único camino progresista es la izquierda.

¿Cuánto tiempo más llevará alcanzar el equilibrio de acceder al poder e integrar ideas? Porque no podemos pensar el progresismo sin capitalismo moderno, y no podemos pensar en la generación de riqueza sin justicia social que promueve la convivencia y la equidad en las oportunidades de las personas.

En ese sentido Chile tiene un espacio que le da ventaja respecto al resto del modelo latinoamericano, si consideramos que en Chile puede haber aún un “centro” político sostenido por la inercia de lo que fue la Concertación.

Pero en ese contexto hay peligro de expresar una grieta latente. Desde la radicalización de la izquierda hasta los exabruptos pinochetistas en el lanzamiento de la candidatura de Piñera.

Si nos volvemos viejos en ese campo, desaprovecharemos la oportunidad que nos da la experiencia fallida de nuestros vecinos latinoamericanos, que aún viven manifestando la brecha ideológica setentista y ensanchando una grieta social insalvable.

La ideología es esencial, pero para llevarla a la acción en los momentos adecuados y no para sostener un relato eterno atemporal que lo único que hace es promover resentimiento.

Esa grieta social es la que en definitiva promueve populismos, de un lado y del otro, pero nunca progresismo.

En sociedades necesitadas de desarrollo como las de esta parte del mundo, no nos podemos dar el lujo de estar separados por la voracidad de algunos iluminados que se suponen salvadores, pero tampoco caer en inocentes ineficientes disfrazados de caperucita roja. Porque el lobo no está. Son ellos los que se devoran a sí mismos.

La política es maravillosa, pero para eso necesitamos políticos que se den cuenta, que decidan un modelo inclusivo con proyección de futuro, que puedan alinear a los diferentes sectores y que tengan capacidad de evaluarse, sin caer en egos estúpidos.

Ah, y que por favor, no roben lo que le pertenece a la gente.

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