Sin fines de lucro

4 de Febrero 2019 Columnas

Las recientes elecciones de Revolución Democrática despertaron esta semana aireadas reacciones en el mundo político. Los sectores oficialistas, en particular, enrostraron la alicaída participación en los comicios, la cual llegó a poco más de tres mil militantes. “Ni para junta de vecinos”, se burlaba la senadora Van Rysselberghe a la salida de La Moneda, mientras la vocera de gobierno exigía humildad y auto crítica al conglomerado de Jackson.

Algún punto hay que conceder a Chile Vamos. El Frente Amplio venía, supuestamente, a oxigenar una clase política que acusaban desgastada, por lo que el 92% de abstención en sus propias elecciones internas era un balde de agua fría. Tal como demandó Fuad Chahín, debían comenzar a respetar a “los partidos con historia”.

Sin embargo, sugerir que el problema de fondo le compete sólo al nuevo bloque político no es sólo injusto, sino que incluso irresponsable. Como hemos visto en todos los medios, desde hace algún tiempo las “incivilidades” se han tomado nuestro escenario político. Por lo mismo, el 92% de abstención en las pasadas elecciones de RD no puede ser leído como un hecho aislado, sino que acompañado de una serie de otros eventos que han diezmado nuestra dimensión política. Desde el “Chilezuela” hasta la polera de Guzmán baleado, pasando por las rencillas internas de Ciudadanos, por las elecciones fallidas de la UDI, por las agresiones (físicas) a algunos presidenciables y por las agresiones (verbales) de otros.

El clima político no sólo estaría polarizado, sino que también encrispado.

Varios miles de kilómetros al norte, la profesora de la Universidad de Chicago, Martha Nussbaum, trató de hacerse cargo de este problema en el popular libro “Sin fines de lucro” (2010). En su visión, existe un factor clave a la hora de intentar explicar el detrimento de nuestra dimensión política: la crisis silenciosa de la educación.

Pero Nussbaum, para desgracia de muchos, no se refiere a la gratuidad ni a la persecución de los prestadores privados, sino más bien a la forma en que los diversos estudiantes -desde la educación primaria hasta la universitaria- están siendo formados. En esa línea, la estadounidense critica una educación pensada para el crecimiento económico, resaltando la necesidad de darle paso a una educación pensada para la democracia. Su argumento es sencillo: cultivar capacidades que fomenten el pensamiento crítico para mantener nuestras democracias vivas y completamente despiertas.

En esa línea, la autora destaca la función de las humanidades, las que considera claves para el desarrollo pleno de nuestros ciudadanos. Y aquí es donde todo se complica, pues no es tan difícil reconocer que estaríamos más tranquilos si nuestros hijos deciden ser economistas más que filósofos. El gran problema es que este desprecio por las artes y letras -a veces inconsciente- también se deja ver en nuestra realidad política. Desde aquella derecha tecnócrata que pecó de economicista a aquella izquierda que, tan preocupada por la gratuidad universitaria, olvidó por completo hablar de educación.

En definitiva, apostar por una educación para la democracia parece esencial para combatir estos climas de tensión en que vivimos. Además, tal como dice Nussbaum, quizás a través del pensamiento crítico generemos también innovación y, en consecuencia, ese anhelado crecimiento económico.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso.

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