Polarización política y estabilidad nacional

1 de Abril 2019 Columnas

Quienquiera se involucre en conflictos de interés público, y se comprometa con uno de los campos en disputa, adoptará grosso modo una de dos actitudes: o bien la del enardecido, la del exaltado, o bien la del prudente. El enardecido no solo toma posición, sino que además basa su actuar político en “lo que la guata le dice”. En la era de internet, donde cada cual puede confirmar lo que quiere ver confirmado, todo quien siga los dictámenes de la guata puede saciarla a voluntad (y con una dieta no muy balanceada, por cierto). Ello tal vez explique cierta predisposición actual a la exaltación política.

Ahora bien, la predisposición a la exaltación y el enardecimiento por parte de los ciudadanos no es, como podría suponerse, un indicador de vitalidad de la comunidad política a la que ellos pertenecen. La polarización de una comunidad parece, por el contrario, ser síntoma de un declive en su salud. Eventos recientes en el ámbito de las relaciones internacionales permiten ilustrar esta afirmación.

Lecciones recientes del intervencionismo extranjero

Cualquier lector de noticias internacionales estará probablemente al tanto de las tentativas de intervención que algunas potencias han emprendido en el último decenio, y cuyo objetivo es influir, a través de internet, la opinión pública de naciones adversarias. Algunos ejemplos conocidos por el lector de medios noticiosos occidentales son las tentativas de influencia extranjera en las elecciones norteamericanas del 2016, en las elecciones francesas del 2016 y en menor medida en el referéndum británico sobre el Brexit durante ese mismo año.

Quisiera referirme brevemente a las estrategias que los intereses extranjeros emplean al intentar influenciar la opinión pública de una nación adversaria. Dichas estrategias permiten sacar alguna conclusión sobre la salud (o falta de ella) de las comunidades políticas. Las diversas tácticas empleadas en estas tentativas de intervención suelen ordenarse bajo una misma estrategia global: buscar los medios para aumentar el grado de polarización entre facciones antagónicas dentro de un mismo país. Así, los “trolls” extranjeros buscan aquellos tópicos más divisivos dentro de un país, se instalan en cada uno de los extremos opuestos de la disputa, y buscan “amplificar las voces más corrosivas dentro de esos debates” –como indica un estudio. Entiéndase que estos interventores no tienen ningún interés auténtico en el objeto de disputa que abordan (la inmigración, el control de armas, el feminismo, etc.). Su único interés es captar a los individuos más polarizados de los dos extremos y aumentar su polarización. Ambos polos del conflicto se embarcan entonces un proceso de mutua radicalización: la radicalización de uno de los polos gatilla casi automáticamente una radicalización similar en el polo opuesto.

¿Pero qué ganan los intereses extranjeros con ello? Ni más ni menos que el debilitamiento de la nación adversaria, pues estas dinámicas la desestabilizan internamente. En realidad, esta estrategia de desestabilización del oponente es conocida desde la antigüedad: “divide et impera” (divide –a tu oponente– y domina –domínalo) es una vieja máxima política que Julio Cesar y Napoleón, entre muchos otros, habrían seguido explícitamente. La aplicación actual de esta vieja máxima nos habla de su eficacia y de la verdad que late en ella (la polarización interna de una comunidad la debilita).

 Los agentes de polarización en Chile

No es mi intención advertir al lector sobre la exposición de la comunidad online chilena a la influencia de intereses extranjeros, sino más bien llamar su atención sobre el hecho siguiente: la intervención de intereses extranjeros no es requisito para que la polarización dentro de un país alcance un grado crítico (es decir un grado que lo debilite al afectar su estabilidad interna). Los mismos miembros de esa comunidad política pueden hacer el trabajo por sí mismos, sin que ningún interés extranjero les eche una mano. Y es que la tendencia a la polarización está a la orden del día en la era de internet. Cada cual puede alimentar sin mayor esfuerzo sus propias “tincadas” en la red con información chatarra (de la cual hay para todos los gustos y sensibilidades). Resulta hoy evidente que el progresivo acceso a la información y el aumento de la capacidad crítica de los individuos no van necesariamente de la mano.

Si los procesos de polarización y radicalización de distintas facciones dentro de una misma unidad política amenazan su existencia, cabe entonces señalar que todo quien valore la comunidad política a la que pertenece está llamado a tomar medidas contra a dichos procesos de polarización. ¿Contra quién han de dirigirse esas medidas, y en colaboración con quién? La tesis de esta columna es la siguiente: el adversario político número uno de un ciudadano crítico no es el exaltado del ala política opuesta, sino el exaltado del ala política propia. Para el exaltado del ala política opuesta no somos un interlocutor válido y ninguna chance tenemos de debatir o negociar con él. Aquél rechazará por principio todo argumento y toda acción que provenga del “otro lado”. Nuestros primeros adversarios políticos debiesen ser los exaltados de nuestra propia ala política (quienes, recordemos, fomentan la radicalización de su extremo opuesto): alguna posibilidad tenemos de desarticular, o al menos “desinflar”, su retórica (en cuanto pertenecemos al “mismo equipo”). ¿Y quién es el colaborador político número uno del ciudadano crítico? Siguiendo esta misma línea, sus primeros colaboradores no son probablemente los extremistas del ala política propia, sino los moderados del ala política opuesta. La razón es sencilla: mucho más probable es que resolvamos los conflictos que enfrenta nuestra comunidad debatiendo y negociando con ciudadanos con los que disentimos pero que escuchan razones y no sólo “a la guata”, que atendiendo a las demandas inverosímiles de nuestros “propios” exaltados.

¿No sabe usted quienes son los exaltados de su propio sector político? Los identificará fácilmente por sus mantras, que supuestamente explican el origen de todos los males. A grandes rasgos, en la derecha esos mantras refieren a supuestas formas de populismo y/o de marxismo cultural, que perseguirían la destrucción de la libertad y/o de los valores cristianos. En la izquierda, los enardecidos invocan al patriarcado, al neocolonialismo (con sus correspondientes caricaturas del neoliberalismo) como la fuente exclusiva de todo sufrimiento social. Esta enumeración dista de ser exhaustiva, pero como regla general el exaltado tiene una concepción simplificada del mundo, en la que buenos y malos son identificados al modo de una historieta de supehéroes y supervillanos.

Es cierto: nuestra aversión se inclina naturalmente hacia los exaltados del ala política opuesta. Pero dado el peligro para la vida de un país que late en toda radicalización, la aversión del ciudadano crítico debiese dirigirse a cualquier forma de polarización, y en primer lugar a la del ala política propia: el orden comienza por casa.

Moderación no es neutralidad ni ceguera frente a los problemas reales que enfrenta nuestra comunidad política. La moderación no es equivalente al quietismo político ni a la celebración del status quo. Es más bien la toma de una posición política clara acompañada de un ojo y un oído serenos. Mientras más agudamente se ve y se oye, más se comprende la complejidad de los problemas que enfrentamos, los que no desaparecerán adoptando recetas salvíficas. Quitémosle protagonismo a los enardecidos. Pero comencemos por casa.

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