Plebiscito: la mirada larga

3 de Marzo 2020 Columnas

Así como la elección de autoridades políticas tiene un horizonte corto, definido por la duración del período del cargo a elegir, el proceso constitucional que se inicia con el plebiscito decidirá el futuro del país por los próximos 40 años. De ahí la importancia de analizar el largo plazo.

¿Es sano decidir respecto del futuro en un acto único, con solo dos opciones posibles, Apruebo o Rechazo? Probablemente no. Pero ese es el escenario en el que estamos insertos.

A pesar de que la crisis instalada a partir del 18-O fue iniciada por una chispa violenta, es indudable que la sociedad no violenta se sintió interpretada por la queja, y por eso acudió multitudinariamente el 25-O a expresarlo en la marcha del millón de personas en la Plaza Italia. Fue esa misma ciudadanía la que encontró en el acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución del 15-N, una forma civilizada de aplacar su malestar. Se le ofrecía escoger entre modificar el curso social, redactando una nueva Constitución, y un escenario en el que no se avizoraba una salida clara.

En la mirada larga, es posible advertir que las categorías políticas tradicionales no explican bien la crisis de la sociedad chilena. Se hace necesario incorporar al análisis las particularidades de las sociedades de rápido desarrollo y los nuevos fenómenos tecnológicos de la sociedad digital. El alto porcentaje de la población que accedió a la educación superior en los últimos 30 años se ha sentido frustrado al no encontrar el instantáneo premio que ese certificado les había prometido; asimismo, las recién llegadas capas medias han visto un futuro incierto y vulnerable para sus pensiones o salud, agravado por el bajo crecimiento del último quinquenio.

La dinámica social a la que ha conducido la inserción de Chile en un mundo global y tecnológico, ha sido el otro fenómeno que ha jugado un rol clave, al igual que en otras naciones: las élites quedan expuestas a la transparencia que provee la tecnología digital, lo que es exacerbado por redes sociales que viralizan mensajes e imágenes, fragmentando y friccionando a las comunidades, dificultando la gobernabilidad y poniendo en entredicho la representatividad de las autoridades. Es el inexorable mundo del futuro, con sus bondades y defectos. Paradójicamente, Chile se ha visto en la necesidad de enfrentarlo institucionalmente de manera anticipada, y el plebiscito puede terminar siendo una civilizada y moderna forma de abordarlo. Visto así, no tiene por qué ser sinónimo de violencia y destrucción.

No hay duda de que redactar una nueva Constitución a partir de una hoja en blanco implica riesgos. Pero son riesgos que se exageran cuando se privilegia la mirada corta, sesgada por la violencia y anomia de unos pocos. Las intensas emociones que nos provocan las rutinarias imágenes de destrucción que pequeños grupos de anarquistas, violentistas o idealistas realizan, cooptan e inundan nuestra mente, y nos impiden ver con claridad el futuro más allá de la coyuntura. Contrastan con la notable sensatez del mundo productivo y del trabajo, muchísimo más numeroso que el anterior, que todos los días ha seguido laborando con ahínco en busca de su propio progreso.

Intentar mantener el statu quo no es posible, y si lo fuera, evitaría los riesgos de corto plazo pero acentuaría los de largo. ¿Se puede conseguir estabilidad y progreso en una sociedad que ha manifestado con fuerza que quiere cambios? Incluso, en el hipotético caso que hoy ganara el Rechazo y sabiendo que las nuevas generaciones que apoyan los cambios se harán mayoritarias en la próxima década, ¿habremos solo pospuesto los riesgos que ahora creímos evitar?

Todo indica que ganará el Apruebo por un cómodo margen. Si ello ocurre, ¿qué futuro político tendrá el sector que apoyó el Rechazo? La mayor parte de la derecha se está enfrascando en una guerra testimonial en favor de esta opción, y deberá asumir por sí sola la probable derrota el 26-A. Y si bien la propuesta de “rechazar para reformar” parece sensata, es poco creíble tras décadas de haber dificultado esa discusión.

Por eso, para la mayor parte de Chile Vamos habría resultado más apropiado mirar constructivamente lo que viene. Una nueva Constitución, adecuadamente redactada, puede poner al país en la vanguardia de las tendencias globales. Para conseguirlo, el esfuerzo debe ponerse en la elección de constituyentes, para que estos, apoyados por la regla de los dos tercios, procuren defender principios democráticos y económicos básicos. Y, sobre todo, procuren elaborar una Constitución mínima, como las mejores del mundo —la inglesa ni siquiera está escrita—, una que permita que sea la deliberación política la que decida las particularidades de las políticas públicas en cada caso.

Es un riesgo calculado para un futuro posible.

Coescrita junto a Álvaro Fisher.

Publicada en El Mercurio.

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