La UDI y los computadores

10 de Diciembre 2018 Columnas

Como bien sabemos, el pasado domingo se habrían celebrado las elecciones internas de la UDI, otrora partido más grande de Chile. Sin embargo, poco antes del medio día el sistema técnico de la empresa E-voting comenzó a presentar una serie de fallas, lo que obligó al Tribunal Supremo a suspender la votación. Así las cosas, militantes y candidatos quedaban más inquietos que futboleros esperando la final de la Libertadores.

Pese a las posteriores interpelaciones, acusaciones y rayadas de auto, las frustradas elecciones internas del gremialismo también volvieron a instalar un intenso debate acerca de la pertinencia de adoptar el voto electrónico en nuestro país. El sistema ya había tenido serios problemas en las votaciones de Ciudadanos, y en Revolución Democrática declaraban estar reconsiderando utilizar esta alternativa en los comicios que tendrán en enero próximo.

En el marco de este apasionado debate, se han recalcado las diversas bondades que tendría el voto electrónico, ya empleado en países como Brasil y Estados Unidos. Se ha destacado, por ejemplo, la posibilidad de votar remotamente, en el local más cercano al que se uno se encuentre o, incluso, en ciertos lugares especiales, como hospitales o cárceles. Se ha apuntado a la disminución de los costos, al aumento del acceso y a la mayor celeridad en la entrega de los resultados. Sin embargo, también se ha dicho que los significativos errores que ha mostrado el sistema en nuestro país habrían impedido que se manifestara adecuadamente la real voluntad de los ciudadanos (¡y qué otro principio sino ese debe primar en los procesos electorales!), razón por la cual la balanza de la opinión pública se inclinaría hacia el denostado papel y lápiz.

Pero la forma en que se ha desarrollado este debate nos ha impedido tocar otros puntos esenciales. En resumen, la mayor parte de los argumentos esgrimidos parecen seguir la siguiente lógica: “El voto electrónico, si funcionara adecuadamente, podría ser muy positivo para la democracia. Pero como ha tenido problemas, no podemos arriesgarnos”.

Alejándome de ese marco, me atrevo a sostener que el voto electrónico sería un retroceso en nuestro sistema, aún funcionando perfectamente.

Es difícil palpar, vivir o sentir la democracia. A veces resulta tan etérea, que se vuelve algo lejana, lo que deviene en ilegitimidad y falta de representatividad. El domingo electoral, sin embargo, nos permite ver nuestro sistema. Apreciarlo en las colas, en los vocales, en los lápices y el papel. En los poderosos (esos que con voto remoto participarían desde las casas) haciendo fila con los vulnerables. Incluso en el tradicional dedo manchado. Esta idea no es mero romanticismo. En tiempos donde existe una reconocida fragmentación entre la elite y el pueblo, mantener la cercanía del sistema resulta esencial. Esto lo sabe incluso Tomás Barros, gerente general de E-voting, quien ha reconocido que el argumento para prohibir este tipo de sistemas en países como Alemania, no se relaciona con lo técnico, sino que con el simple hecho de que el proceso electoral debiese ser entendido – en cada uno de sus pasos – por cualquier ciudadano. Y esto es esencial. Porque ya se ha dicho que la confiabilidad y validación frente a terceros debiese ser una de las máximas de cualquier proceso electoral, pero a veces nos olvidamos de que esos “terceros” somos todos nosotros.

Sabemos que el sistema actual tiene deficiencias relevantes, como el descuadre de mesas, las dificultades en la fiscalización, la ausencia de apoderados, los vocales que no llegar o las mesas constituidas cerca de medio día. Todos esos problemas deben atacarse, incluso con tecnología. Pero de ahí a reemplazar el papel y el lápiz existe un gran salto que podría terminar por deshumanizar nuestra democracia.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso.

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