Generación posdictadura

29 de Octubre 2019 Columnas

Pocas cosas tienen una carga de misterio más grande que los cambios de gabinete. Las listas falsas que circulan, los nombres que suenan, las sillas vacías del Salón Montt Varas. Esta vez, además, estuvo acompañado de una espera interminable que le dio más tensión. Varios dicen que incluso cambiaron los nombres pocos minutos antes de que se anunciaran.

Finalmente se dieron a conocer los elegidos. Y lo primero que supimos fue “lo que no fue”.

Quedó descartado el “gabinete de unidad”. Una entelequia que solo es posible utilizar en regímenes parlamentarios (donde las fuerzas salen y entran del gobierno) y cuya viabilidad en Chile es nula.

Quedó descartado el “gabinete más amplio”, con figuras que vayan más allá de los límites naturales de la coalición. Ahí quedaron los nombres de Mariana Aylwin, Soledad Alvear o René Cortázar, que habrían significado simplemente darles respiración artificial a viejas figuras políticas o a algún descolgado de última hora.

Quedó descartado el gabinete de la “doctrina Matthei”. Gente que no sea de la PUC, que no veranee en Zapallar ni Pucón, que no sea del club.

Quedó descartado el gabinete de claudicación. Un gabinete en el que Piñera reconociera el golpe y hubiera estado dispuesto a cohabitar con alguien con una sensibilidad distinta. Tal como fue Jorge Burgos para Bachelet o incluso como fue Jarpa para Pinochet. Este habría sido el caso de sumar, por ejemplo, a Manuel José Ossandón o a gente alejada de las lógicas de Piñera. Es aquí donde está el aspecto más relevante, porque se hace más difícil instalar un segundo tiempo distinto.

Todo lo anterior no fue. ¿Cuáles son las características, entonces, de este nuevo gabinete?

La juventud y la carga ideológica.

Juventud, porque se van los de sesenta y tantos y llegan los de cuarenta y tantos (Victor Hugo decía que los cuarentas son la edad madura de la juventud). Ello en Chile no es menor, ya que hay una característica común: son todos nombres posdictadura. Ninguno de ellos votó para el Sí o el No. Ninguno tiene la carga del pasado. Son todos hijos de la transición.

Carga ideológica, porque en el caso de los nuevos nombres que entran —Rubilar, Briones, Blumel, Zaldívar y Palacios— se trata de personeros poco ligados a sus partidos, o con una intensidad partidaria muy reducida. Con bajos niveles de dogmatismo y con una tendencia clara a la moderación. Dicho en simple, están al otro extremo de Marcela Cubillos.

La tarea hoy es titánica. Implica recomponer confianzas con la mayoría de la opinión pública (una minoría ya optó por el camino de tratar de botar al gobierno) e implica dialogar con la mayoría del mundo político (una minoría ya optó por el camino de tratar de botar al gobierno). Y esa tarea no será fácil.

La tarea más difícil se encuentra en Blumel y Briones (quien, para hacer el disclosure, debo decir que hasta ayer era mi colega en la Universidad Adolfo Ibáñez). Paradójicamente, ambos de Evópoli, ambos muy calificados técnicamente y ambos con mucha capacidad de escuchar. A ambos solo les juega en contra su falta de experiencia para una labor tan excesivamente difícil.

Nos enfrentamos a un escenario en el que posiblemente solo unos pocos quieren destruir el modelo para reemplazarlo por no se sabe qué: pero que sin embargo la mayoría demanda cambios reales y creíbles que disminuyan la desigualdad y —tal vez tan importante— que decididamente hagan a los más ricos contribuir más.

Tal vez la juventud de los nuevos ministros, más que un peso, será un aliado. Mal que mal, el padre de la Política, Nicolás Maquiavelo, decía que la suerte suele estar más cerca de los más jóvenes.

Y aquí, además de todo, también se necesitará suerte…

Publicada en El Mercurio.

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