El corporativismo inútil

6 de Enero 2017 Columnas Noticias

No cabe duda que vivimos en un mundo lleno de contradicciones.

Desde la derecha histórica, pro capitalista y de corte liberal en lo que a economía se refiere, siempre se criticó el corporativismo que promovía la izquierda desde su intención de manejar todo desde un estado omnipotente.

Pero esa misma ideología liberal, abierta y ferviente defensora del emprendimiento y la innovación centrada en el individuo, hoy se ve cercada por el fantasma de la burocracia corporativa.

Tal vez desde hace un par de décadas en esta parte del mundo, las empresas grandes y las medianas con pretensiones de grandeza se impusieron la moda de transformarse en corporación. Seguramente esta moda ochentera viene de la mano de algunas consultoras tristemente famosas por sus métodos de reestructuración, y que suponen que todas las empresas son iguales, buscan lo mismo y para ello requieren de los mismos modelos. Mediocridad masiva.

Estos modelos entienden que la solución es diseñar una corporación que permita la centralización del poder y las decisiones, con directores corporativos y una conducción sobredimensionada que intenta controlar desde el olimpo situaciones que, por el diseño de este tipo de estructuras, quedan demasiado lejos de su alcance.

Justamente en la era dónde la velocidad, la diversidad y la transitoriedad son moneda común, estas vetustas recetas nos proponen todo lo contrario.

Es así que la empresa pro capitalista, pro innovación, pro individuo, se transforma en una corporación jerárquica, centralizada, burocrática. Un verdadero stalinismo capitalista.

Estos modelos corporativos que suponen tener todo bajo control, limitan la innovación por imponer jerarquía, piensan de modo lineal en lugar de ser sistémicas, giran en torno de un plan por sobre las ideas, viven un mundo preestablecido en lugar de gestar uno propio, solo transmiten información sin generar conversación.

Las corporaciones que no deberían ser corporaciones son aquellas que se disfrazan de solemnes en lugar de crear situaciones de confianza, viven del rigor y se olvidan de la relevancia.

Nada más limitante y frustrante para una generación (Millenials) que espera todo lo contrario. Con estos modelos será muy difícil seducirlos, ya que espacios en los que se requiere imaginación a partir de la irreverencia, las estructuras destruyen la ilusión.

Y esas estructuras jerárquicas, dignas de dinosaurios, son las que viven defendiendo su espacio de poder a partir de normas y procedimientos en los que el control está por encima de la capacidad de darse cuenta.

Y ni hablar de la estructura corporativa de los gobiernos a nivel país. Así como los populismos son corporativistas, los elitismos en el otro extremo también lo son.

El ejemplo argentino sirve para este punto. El modelo kirschnerista fue claramente corporativo desde el poder y control centralizado, pero el actual modelo “macrista” también lo es desde la conducción de unos pocos que se suponen iluminados y viven lejos de la realidad.

Vivir en el corporativismo burocrático y jerárquico encierra a quienes dicen dirigir las organizaciones en una burbuja solipsista, dónde la verdad no tiene dudas. Y vivimos casualmente en un mundo de dudas.

¿Por qué no tenemos empresas que rompan con la mediocridad corporativa del control, así como lo hicieron Jobs, Branson, Larry Page, entre otros empresarios gloriosos de esta era?

Si, tal vez a las empresas que no tienen rock, no les queda más remedio que refugiarse en una corporación pesada, densa, borrosa…vieja.

Revisemos los modelos y seamos coherentes con el mensaje capitalista social. Tengamos la posibilidad de tener organizaciones y gobiernos que permitan la descentralización y centralización simultáneas, dónde las jerarquías dejen paso a la imaginación.

Solo así se generará riqueza genuina y sostenible.

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