Educación técnica, la olvidada en el debate

16 de Mayo 2021 Columnas

Ya no es novedad destacar el tremendo impacto que tendrá este periodo pandémico en la educación de niños y adolescentes. Pese a que aún es difícil estimar a ciencia cierta los costos que supondrá el cierre de escuelas en el aprendizaje, ya hemos podido conocer algunos datos que debiesen prender todas las alarmas. Estas últimas semanas se informó que, desde el 2019, la deserción pre-escolar aumentó en un 130%. Solo en la región de Valparaíso, un total de 491 niños dejaron de asistir a Kinder este 2021, cifra que en la región metropolitana llega a 2.500.

El asunto es catastrófico. El mismo Ministerio de Educación ha proyectado—en conjunto con el Banco Mundial—que los estudiantes podrían perder hasta un 88% de los aprendizajes en un año, cifra que en el quintil más pobre alcanzaría un 95%. Nuevamente se nos enrostra que el virus no nos pegará a todos por igual.

En este marco, también se ha insistido en que los alumnos no solo perderán contenidos, sino también una serie de otras instancias que fomentan el crecimiento integral. Hablamos de la interacción y de los espacios que permiten ir generando ciertas habilidades de relacionamiento en los estudiantes. Y es acá, precisamente, donde ha existido un grupo que no ha recibido la atención merecida: la educación técnico profesional.

Para hacernos una idea sobre la gravedad del problema, los Institutos Profesionales y los Centros de Formación Técnica concentraron el año 2020 un total de 491.732 alumnos, lo que representa un 43% de la matrícula de pregrado. Esos jóvenes muchas veces provienen de una educación secundaria volcada al fortalecimiento de habilidades técnicas. Liceos que se enfocan en “aprender haciendo”.

La situación para ellos es particularmente problemática. Sus contenidos—muy lejanos del conocimiento abstracto de la educación científica-humanista—no son posibles de ser transmitidos por Zoom, Meet o Teams. De acuerdo con lo señalado por directivos de estos establecimientos—y respaldado por los mismos informes del Ministerio de Educación—, los programas de estudios pueden llegar a estar conformados en un 80% por el desarrollo de habilidades de relacionamiento y prácticas. El alumno hace, mientras el profesor lo retroalimenta y evalúa.

Durante estos últimos meses, los establecimientos que ofrecen una educación técnica-profesional han realizado esfuerzos inconmensurables para adaptarse. Muchos de ellos han optado por una transformación digital profunda que les permita disminuir los riesgos. Sin embargo, llega un minuto en el que ya no les podemos seguir exigiendo más.

Volver a clases presenciales cuando pase la cuarentena—como ya lo están haciendo varias comunas con el progresivo desconfinamiento—no es un capricho de las autoridades. Todos, incluido el Colegio de Profesores, debiésemos estar trabajando para cumplir ese objetivo.

Publicada en La Segunda.

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