Admisión ¿justa?

21 de Enero 2019 Columnas

La controversia del verano ha sido el proyecto de Admisión Justa. Un tema que significó tantas discusiones, marchas y peñascazos vuelve a la palestra. Con los mismos actores y con la misma pasión.

Algunos dicen que fue una maniobra del Gobierno para no seguir hablando de Catrillanca. Si es así, funcionó a la perfección. Sin embargo, nadie puede decir que esta no fue una bandera de lucha de Chile Vamos desde siempre.

Así, nos encontramos discutiendo en el caluroso enero sobre cuál es la “admisión justa”.

El problema parte precisamente ahí, en la ajada y manoseada “justicia”. Dos mil quinientos años después, la discusión termina siendo la misma que nos describe Platón en La República, aquella apasionada deliberación en la casa de Polemarco, sobre qué es lo justo y qué es lo injusto.

¿Es injusto que alguien que se ha esforzado en los primeros años de colegio quede fuera de un colegio de excelencia? Parece que sí. Pero ¿es injusto que aquel que tuvo más apoyo y un entorno familiar más cuidado, tenga derecho a acceder a un mejor colegio por esa razón? Parece que sí, también.

Entonces, qué es lo justo o lo injusto no es evidente. Y la pregunta a dilucidar es cómo conciliar dos injusticias, en un mundo que además es profundamente injusto.

Unos nacen sanos y otros no; unas son inteligentes y otras lesas; unos son bellos y otros feos; unas son simpáticas y otras definitivamente pesadas. Y si la naturaleza no fuera suficientemente injusta, también lo son las condiciones de vida. Unos tienen la suerte de vivir en Chile y no en Haití; otros tienen la suerte de vivir en Suiza y no en Chile. Para peor, dentro de cada país unos tienen condiciones mucho mejor que otros.

Entonces, la discusión de “admisión justa” no es más que una réplica de la vida misma, donde lo justo necesariamente requiere de tomar opciones y persuadir al resto, más que tratar de determinar científicamente “lo justo”. Así, el debate sobre el nuevo sistema de admisión es ideológico, donde en el fondo se enfrentan dos miradas sobre justicia. Partir reconociendo ello facilitaría todo, ya que de lo contrario la discusión termina en que unos y otros dicen tener el bastón de la justicia, como dos niños que pelean por demostrar que su madre lo quiere más.

Y como cada uno tiene que optar de qué orilla está, yo hago lo propio.

Quienes dicen que una selección por mérito no debe contabilizar la pertenencia familiar, en el fondo, invalidan cualquier cosa meritocrática. Mal que mal todo termina siendo adjudicable a que unos tuvieron más oportunidades que otros en su familia. Quienes enarbolan ese argumento tampoco podrían aceptar que Harvard seleccione a sus alumnos, porque es evidentemente que los niños que nacerán hoy en el mundo parten de una posición distinta para llegar en 18 años más a postular a Harvard. Quienes conciben esta argumentación solo resolverían ello suprimiendo la familia, como el propio Platón propuso para la clase gobernante. Y después de suprimir la familia tendrían que suprimir los países.

El mérito existe. Aunque tenga letra chica y asterisco. Y reconocerlo debiera ser, paradójicamente, una consideración de justicia.

Es cierto que quienes sobresalen no es por puro mérito personal. Es verdad que está influido por otras cosas. No hay mérito químicamente puro, pero eso no significa que no lo haya. Y en una sociedad profundamente poco meritocrática como la chilena, los institutos nacionales permitieron ser un factor de movilidad. Y si antes existían una o dos ventanas que el gobierno anterior cerró, parece razonable volver a abrirlas. Y abrir más ventanas. Lo otro es condenar a todos por culpa de los molinos de viento.

La práctica de la selección tampoco es una cosa rara en los países razonables. El caso más claro es Alemania, donde prácticamente a los 12 años se determina quién irá o no a la universidad. Y el argumento de la familia es tan válido allá como acá.

Distinta es la otra propuesta del Gobierno que les permite a los colegios seleccionar hasta el 30 por ciento de su matrícula en función de su proyecto educativo. Esta medida no parece tener sentido en la generalidad y se puede volver a prestar para que los colegios busquen a los niños “más fáciles de educar”.

Pero la selección por mérito es otra cosa. Aunque no sea 100% mérito. En eso el Gobierno parece además tener bastante apoyo en los chilenos, lo que hace augurar que -tal como en “aula segura”- estemos ad portas de empezar a ver el desenrollamiento de cuerdas, señal inequívoca del descuelgue de parlamentarios opositores.

Mientras tanto, a propósito de la desafortunada frase de Piñera respecto de la “industria” de la educación, no está de más volver a recordar al viejo Platón cuando dijo que “el más importante y principal negocio público es la buena educación de la juventud”.

Era otra definición de “negocio”, otra definición de “educación” y otra definición de “juventud”. Pero es probable que al menos en esta frase, unos y otros, a cada lado de la orilla estén de acuerdo…

Columna publicada en El Mercurio.

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