6 + 3 + 2

18 de Enero 2020 Columnas

Hace justo 10 años, a mediados de un caluroso enero de 2010, Piñera sorprendía al mundo con un triunfo en la segunda vuelta presidencial. La centroderecha llegaba al poder de manera democrática y se ponía fin a una desgastada coalición gobernante.

Hace 10 años, muchos soñaron que Piñera lograría retomar el rumbo que el primer gobierno de Bachelet había perdido y —al fin— Chile llegaría a ser Portugal, Irlanda o alguno de los países fetiches de turno.

Hace 10 años creíamos que ¡en 10 años! podríamos estar en los albores del desarrollo económico. Habíamos entrado —paradójicamente en el mismo caluroso enero de 2010 en que se eligió a Piñera— a la OCDE, el club de países con los que deberíamos compararnos y poder alejarnos, al fin, del drama latinoamericano: pobre, corrupto y fracasado.

Hace 10 años no pocos pensaron que aquella frase de algunos intelectuales de principios del siglo XX, fascinados por Europa, debería plasmarse y que tal vez había llegado el momento de empezar a pensar en ponerle un letrero de venta a Chile para poder comprarse algo cerca de París.

Hace 10 años el apoyo al presidente electo era del 52%, el apoyo al Congreso era del 26% y el de los partidos políticos era del 13%. Pero 10 años es demasiado tiempo. Y como decía el viejo Plutarco, “muchas cosas son las que el tiempo cura, pero no las que la razón concierta”.

Lo que hace diez años era 52% (apoyo presidente) + 26% (apoyo Congreso) + 13% (apoyo partidos políticos), hoy es 6 + 3 + 2. Lo que antes sumaba 91, ahora suma 11, aunque la suma no tenga ningún sentido.

Así las cosas, estamos enfrentados a un problema cuyo emblema es Piñera, pero que va mucho más allá de él. El problema es del país y de sus instituciones. Cuando año a año veíamos cómo caía la confianza en las instituciones, la pregunta era ¿y eso qué importa? Pues bien, ahora nos damos cuenta de que sí importaba. Y mucho.

Pese a que muchos lo valoraron, lo más preocupante de la encuesta CEP es que solo un 64% de la gente considere que la democracia es el mejor sistema de gobierno. Y eso que la pregunta no discrimina respecto de qué tipo de democracia estamos hablando, porque hasta los peores tiranos siempre se hacen llamar demócratas. Aquí radica el gran desafío de Chile. Todo el resto es secundario.

Y parte importante de la defensa de la democracia es primero asumir que no existe otro sistema mejor. Que las revoluciones siempre terminan en tiranías. Que la libertad, como la salud, solo se valora cuando se pierde.

El conjunto de desaciertos que cometió Piñera desde el inicio de la crisis quedará para la historia, pero no hay que olvidar que la operación, más allá del amplio apoyo que tuvo, desde el inicio tuvo olor a golpe de Estado comandado por el Partido Comunista (que se demoró pocas horas desde los atentados al metro para pedir la renuncia presidencial).

Y si Piñera se debiera avergonzar del 6, el Congreso debe hacer lo propio con el 3 y los partidos con el 2, antes de seguir soterradamente azuzando las brasas de quienes propician que un helicóptero despegue desde La Moneda.

Piñera ha quedado en el peor de los mundos. En la tierra de nadie. No ha logrado transformarse en el conductor de la crisis y tampoco se ha presentado como la víctima de ella. Así, se ha transformado probablemente en el presidente con más bajo apoyo en la historia. Pero si bien es cierto que Piñera ha andado mal, su legitimidad no se puede cuestionar.

Hoy, cuando los antiguos jóvenes del sector que formaron la “patrulla juvenil” no solo envejecieron, sino que también se endurecieron, es momento de que Piñera mantenga un segundo plano y actuar más como un jefe de Estado que como un jefe de gobierno. Y en vez de seguir apareciendo en televisión hablando, lo que enerva más a la opinión pública, debe entregarle más poder al “gabinete juvenil”. A los jóvenes moderados. A los Blumel, los Briones, las Rubilar, las Zaldívar, los Palacios. Son ellos los llamados a mantener sobre la línea de flotación a este gobierno.

Porque la encuesta CEP castigó a todos los políticos. A los duros y a los que se jugaron por los acuerdos. A los partidos políticos y a las instituciones. A todos. Pero al menos hay una cosa que aparece clara: el 78% prefiere a los políticos que busquen acuerdos. Ello no debiera dejar indiferente a nadie. Y el gabinete juvenil es eso: ministros jugados por los acuerdos.

Piñera los debiera dejar jugar más solos. Asumir que debe hablar menos y abocarse más a las acciones concretas a través de sus ministros, confiando que en algún momento la suma de cosas empiece a mover algo la aguja.

Y debe tener en claro dos cosas más, por triste que parezcan: debe asumir que, frente a las 8 elecciones que vienen en los próximos dos años, un Presidente con un 6% se transforma inevitablemente en un estorbo. Y también debe evitar rememorar que hace 10 años las cosas eran muy distintas. Porque ese tiempo pasado no volverá.

Publicada en El Mercurio. 

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