Viaje al fin de la revolución

14 de Febrero 2019 Columnas

El libro de Patricio Fernández “Cuba. Viaje al fin de la Revolución” es una estupenda puerta de entrada a la historia cubana de los últimos sesenta años. Sus páginas, como dijo Arturo Fontaine en una reseña publicada en Letras Libres, tienen de todo: Caribe, periodismo, mujeres, sueños frustrados, Obama, los Rolling Stones, el Papa Francisco, relatos sorprendentes, cuentos que bordean más con la ficción que con la realidad.

De las muchas cuestiones que se desprenden de esta obra sobresale la idea de que la Revolución Cubana es, al mismo tiempo, pasado y presente, pero difícilmente futuro. A partir de una metodología que mezcla la crónica periodística con la historia y las impresiones personales, Fernández construye, en efecto, la narrativa de un proyecto que tuvo su apogeo en la década de 1970, pero que, para los noventa (luego de la caída de la URSS y del llamado Período Especial), devino una ilusión cada vez menos amigable y perdurable en el tiempo. El único que, en realidad, podía afirmar las muchas cuerdas de ese buque era Fidel Castro, el viejo revolucionario que tanto había impresionado —para bien y para mal— al mundo desde que entrara en La Habana en enero de 1959.

El problema de dicha personalización de la Revolución es que desfiguró su sentido original. El socialismo por ella prometido se transformó en una suerte de iglesia en la que Fidel fue su santo patrono. Más que socialistas, concluye Fernández, los cubanos son —o eran, ya no es del todo claro— “fidelistas”. Ni siquiera su hermano Raúl, al mando del país entre 2008 y 2018, alcanzó los niveles de admiración acrítica que disfrutó Fidel, especialmente una vez muerto el Che Guevara. La Revolución, en pocas palabras, fue a Fidel lo que éste fue a Cuba y viceversa.

No es de extrañar, pues, que este tipo de socialismo se haya situado en las antípodas de la democracia representativa. Patricio Fernández es consciente de ello: cuando relata su visita periodística a las FARC en medio del acuerdo de paz que se negociaba en La Habana, el autor cuenta lo hastiado que quedó luego de que los “profesores” de la guerrilla continuaran enseñando marxismo clásico, sin comprender que firmar la paz significaba comenzar a hacer política en un contexto democrático y de elecciones libres. Dos cuestiones que los movimientos revolucionarios de antaño no quisieron nunca aprender.

Ahora que Venezuela vive su propio “viaje” hacia el fin de la Revolución, y que la incertidumbre arrecia otra vez sobre el continente, recomiendo más que nunca leer este tipo de contribuciones. Allí se analizan las raíces y vicisitudes de un tipo de ingeniería social que, nos guste o no, parece destinada al fracaso.

 

Publicado en La Segunda.

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