Veto inconfesable

24 de Septiembre 2017

Beatriz Sánchez no estuvo dispuesta a compartir un set de televisión con Sergio Melnick, un ex “ministro de Pinochet”. La decisión fue cuestionada por unos y aplaudida por otros, pero hay que reconocerle un mérito: ella hizo visible una de las claves históricas que explican la espiral de polarización que hoy recorre a la sociedad chilena y, en particular, a su sistema político.

El día del plebiscito de 1988, los partidarios del “No” tuvimos que empezar a hacernos cargo de una dura realidad: se derrotaba en las urnas a Pinochet, pero descubríamos que él y su régimen tuvieron un respaldo enorme. Se inventaron argumentos para intentar explicar lo que en ese entonces resultaba inexplicable. El miedo, el uso abusivo del poder, la censura, etc.; pero el tiempo terminó de confirmar que la derecha ha tenido un apoyo electoral que, en promedio desde 1990, se empina por sobre el 40%.

Esa evidencia fue para muchos “soportable” en la medida en que no puso en riesgo la hegemonía y la continuidad de la Concertación en el poder. Pero eso terminó en 2010, cuando a la centroizquierda se le apareció el peor de sus fantasmas y tuvo que aceptar no solo la pérdida del gobierno, sino algo todavía más doloroso: el país que había construido por veinte años hizo posible que la derecha, los otrora partidarios de la dictadura, pudieran finalmente ganar elecciones en democracia y con mayoría absoluta. Para no pocos, eso dejó las cosas más allá de lo “soportable”.

Y ese es, en último término, el fondo inconfesado e inconfesable de esta historia; que para un sector muy significativo de la centroizquierda, los partidarios de la dictadura no tienen autoridad moral y -menos- legitimidad democrática para ser mayoría y gobernar. No la tienen hoy ni la tendrán jamás, y por ello lo ocurrido en 2010 produjo un quiebre insospechado, que llevó a la Concertación a la insólita aventura de renegar de sí misma, y a la centroizquierda a replantearse el imperativo de una nueva Constitución y de una agenda “refundacional”. Se requería no solo “otro modelo”, sino “otro país”.

Las secuelas de este proceso están a la vista: una sociedad cada vez más polarizada y una incapacidad creciente para generar acuerdos trasversales; precisamente porque ello supone reconocer en los “otros” una legitimidad equivalente a la propia y eso, para un segmento relevante de la sociedad, la dictadura y la violación a los derechos humanos no lo hace aun posible. Al final del día, entonces, hay que reconocerle a Beatriz Sánchez su honestidad y transparencia, su disposición a explicitar algo que, por razones obvias, no resulta fácil verbalizar públicamente.

En definitiva, la madre de todas nuestras polarizaciones actuales se funda en esta sensación de muchos de que en Chile la “gobernabilidad democrática” solo la garantiza la centroizquierda; si eventualmente la derecha gana -algo que 2010 demostró posible y ahora puede volver a ocurrir- es porque el país ha caído en una “anomalía” que es necesario corregir, no expresión de la competencia normal entre proyectos alternativos con igual legitimidad democrática. En efecto, la Nueva Mayoría se explica a sí misma en el deseo de corregir la anomalía.

Mientras no transparentemos y asumamos lo que esta realidad implica, vamos a seguir girando en círculo, poniendo muchas de las urgencias y desafíos del país, en problemas equivocados o abiertamente irreales.

Publicado en La Tercera.

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