El valor de las artes liberales en una sociedad moderna

1 de Octubre 2017 Columnas

En su última columna (“Ideales formativos en pugna”, publicada en este mismo espacio), José Joaquín Brunner acertadamente identifica la tensión existente entre la educación liberal y la educación de “especialistas”. Mientras en la primera prevalece el conocimiento de las humanidades teniendo como horizonte la formación de personas intelectualmente autónomas y socialmente responsables; en la segunda prima el desarrollo de la capacidad productiva y la orientación del ser humano hacia tareas de carácter “práctico” y “útil”.

A diferencia de lo que ocurre, por ejemplo en Estados Unidos, en Chile la educación universitaria se ha ido especializando cada vez más. Desde hace décadas, hemos formado profesionales competentes en áreas específicas, pero carentes muchas veces de una visión amplia y sofisticada de la realidad.

Brunner se pregunta si este tipo de educación es inherente al capitalismo, cuya naturaleza exigiría la “operacionalización” de la persona y su “desempeño especializado”. Sin embargo, la respuesta podría ser precisamente la contraria: en la medida en que las sociedades capitalistas se desarrollan y complejizan, menos deseable es una educación exclusivamente profesional. La obsolescencia cada vez más rápida del conocimiento y la amplitud vertiginosa de la información en las sociedades modernas —y capitalistas—, hacen que tenga cada vez más valor una educación liberal poderosa que complemente la educación profesional.

La creciente complejidad de las sociedades modernas exige personas capaces de conectar múltiples dimensiones de la realidad y de enfrentar los problemas y los desafíos del mundo profesional con una visión integradora. En este punto, la educación liberal también cobra una enorme relevancia, ya que la interdisciplinariedad que le es propia promueve en la persona una visión integral del conocimiento, estimulando en ella una disposición natural hacia la integración de saberes; una visión de “sistema” en donde las conexiones y las mutuas influencias entre las disciplinas juegan un rol central.

Por esta razón, frente a la pregunta de Brunner acerca de la posibilidad de conciliar ambos tipos de educación, la repuesta es que no solo se “puede”, sino que se “debe” hacer ya que al examinar la realidad en que vivimos podemos advertir que esta, en definitiva, nos exige una preparación cuyos fundamentos no pueden reducirse a los criterios de “utilidad”, “eficacia”, “capacidad productiva”. Por el contrario, estos deben tasarse en una compleja —y virtuosa— combinación de “desempeño especializado” y formación liberal, de “entrenamiento” técnico y “cultivo” de las facultades humanas: disposición al diálogo, pensamiento crítico y discernimiento ético, entre otras.

Aristóteles dice que es imposible vivir una vida virtuosa cuando se vive como un esclavo. La ultraespecializadón, sin un poderoso complemento de educación liberal, termina formando esclavos en un mundo donde la esclavitud está abolida. En este sentido, las Artes Liberales no buscan otra cosa sino entregar herramientas que ayuden a vivir en libertad, a tener juicios éticos, a que la persona pueda determinar por sí misma cómo elegir y cómo actuar cuando se es libre.

En este contexto, es importante evitar ciertas concepciones reduccionistas que consideran los cursos de Artes Liberales como un baño de “cultura general”. Muy por el contrario, en ellos lo fundamental es el desarrollo de habilidades intelectuales directamente relacionadas con el pensamiento crítico.

“¿Pueden conciliarse tan disímiles visiones?” (la especializada y la liberal), inquiere Brunner en el párrafo final de su columna. Pues bien, como Universidad Adolfo Ibáñez estamos empecinados en ello. Por esta razón, todos nuestros estudiantes, independiente de la carrera a la que pertenezcan, tienen 16 cursos de formación general en su plan de estudios. Ocho de ellos —a partir de un acuerdo realizado el año pasado con la Universidad de Columbia— forman el Core Curriculum UAI y corresponden a una adaptación de las asignaturas de Artes Liberales que dicha casa de estudios ofrece desde hace cien años.

Estos cursos, con solo 23 cupos, tienen un formato especial; se basan en una metodología que incentiva la participación activa de los estudiantes, quienes —junto con el profesor— están sentados en torno a una mesa. El resultado es sorprendente. No solo los alumnos valoran esa formación, siendo activos partícipes de estos cursos de alta exigencia, sino que los profesores en poco tiempo aprecian avances sustanciales en la sofisticación de sus análisis.

Solo en primer año los estudiantes leen 22 textos clásicos que incluyen a Platón Aristóteles, Descartes, Kant, Adam Smith Nietzsche y Marx, entre otros. En segundo año hacen lo propio con libros de Literatura desde Homero a Borges. Y así sucesivamente. En todos los casos no se “pasa materia”, sino que el texto se usa como plataforma para deliberar, discutir y formarse intelectualmente.

Estamos convencidos de que un adecuado complemento entre la formación profesional y las artes liberales no solo permitirá tener profesionales más competentes sino que también tener personas que podrán hacer un correcto uso de su libertad, contribuyendo de esa manera al ejercicio y fortalecimiento de la democracia.

Publicado en El Mercurio.

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