Las negociaciones para continuar el proceso constituyente han sido trabadas, lo que es bastante natural dadas las circunstancias: el contundente triunfo del Rechazo en el plebiscito de salida, el escaso entusiasmo ciudadano y la necesidad de concentrar la atención política en otras urgencias, los cálculos de los propios partidos respecto del nuevo equilibrio de fuerzas, etcétera.
Aun así, muchos se sienten frustrados e incluso engañados, especialmente por los protagonistas de la campaña del Rechazo que comprometieron su voluntad de seguir adelante con el proceso una vez desechada la propuesta de la Convención. Un conocido comentarista deportivo llegó a calificar a la iniciativa “Una que nos Una” como una “estafa piramidal”. A su juicio y el de muchos otros en redes sociales, les pasaron gato por liebre.
Estas críticas revelan una comprensión defectuosa de la idea que inspira la iniciativa. Con el objeto de ofrecer a la opinión pública la mejor versión de un argumento y no su caricatura -como debería ocurrir en un debate público riguroso y honesto-, me permito hacer algunas precisiones.
En primer lugar, “Una que Nos Una” no es una estrategia sino una pretensión normativa respecto de lo que debe ser una constitución, a saber, un pacto político que refleje mínimos comunes de largo plazo en sociedades ideológicamente pluralistas, en lugar de agendas programáticas partisanas y regulatoriamente ambiciosas motivadas por un balance de poder contingente. Esta idea, de carácter consensual más que adversarial, es básicamente la misma que subyace a eslóganes tipo “casa común”, “punto de encuentro”, “mínimo común denominador” o “consenso traslapado”.
Es, sin ir más lejos, la idea central que defendieron los juristas de izquierda en Chile durante décadas para justificar su resistencia a la constitución de la dictadura: elevaba un programa político particular a categoría constitucional, en lugar de generar un acuerdo ideológico fundamental con el cual pudieran gobernar izquierdas y derechas, indistintamente. Esta es una idea que bien puede ser criticada en su mérito: quizás se trate de una quimera Rawlsiana o Habermasiana de textura liberal, una fantasía deliberativa, o bien de un proyecto hegemónico que hace pasar los intereses del grupo dominante como consensos aparentemente indisputados. Pero esa crítica no tiene nada que ver con la falta de voluntad o de celeridad con la cual los actores políticos chilenos negocian los términos de un nuevo proceso constituyente. Son dos niveles enteramente distintos de la discusión.
Sin perjuicio de la pertinencia de la crítica teórica, al menos en la práctica, el fallido desenlace del proceso constituyente chileno leda la razón a la tesis de “Una que Nos Una”. La iniciativa debuta en el debate a comienzos de 2022, advirtiendo de los riesgos de abandonar la estrategia de “geometría variable”. Esta estrategia significaba que los 2/3 requeridos para aprobar las disposiciones constitucionales debían obtenerse a través de distintas combinaciones y alianzas políticas. En simple, que en algunas materias los 2/3 se obtuvieran con acuerdo entre la izquierda y la centroizquierda, y en otras entre la centroizquierda y la derecha, e incluso otras combinaciones en principio inesperadas, de tal forma que el texto final propuesto tuviera, al menos parcialmente, las huellas digitales de todos los sectores políticos. Más simple aun, que todos fueran ganadores y perdedores en algunas materias, pero al ser ganadores de varias, el resultado tendría la capacidad de reclamar cierta lealtad transversal.
Los convencionales de izquierda decidieron ignorar esta recomendación. En su lugar, excluyeron completamente a la derecha. Por cierto: estaban en su derecho democrático de hacerlo. Pero a estas alturas parece evidente que fue una estrategia políticamente poco inteligente.
Como bien ha sostenido el ex convencional Fernando Atria en entrevistas post plebiscito, la mayoría de la Convención actuó con una “unilateralidad” que retrospectivamente puede ser evaluada como perjudicial, y que el gran error fue no haber incluido a la derecha (al menos a cierta derecha que sí estaba dispuesta a pactar) de las decisiones.
En otras palabras, la Convención fracasó y el plebiscito se perdió, al menos en parte, porque la propuesta de constitución no era “una que nos una”, sino más bien una que, aprovechando su inédita ventaja numérica, constitucionalizaba una visión ideológica particular, que es, en un contexto no democrático, lo mismo que hizo Jaime Guzmán aprovechando la unilateralidad política de la dictadura.
En este sentido, finalmente, Atria también tiene razón al sostener que el holgado triunfo del Rechazo no se explica principalmente como un repudio al contenido sustantivo de la propuesta. A juicio de “Una que Nos Una”, tiene más relación con la incapacidad política de haber generado lealtad transversal al texto propuesto, con relativa independencia de su contenido. Por lo mismo, también es un error confundir la idea central que subyace a “Una que nos Una” con el argumento de pretender una “buena” constitución, en términos técnico-jurídicos o de contenido.
En principio, podríamos tener una constitución minimalista que refleje un consenso básico que no sea técnicamente “buena” bajos ciertos estándares jurídicos (por ejemplo, en materia de régimen de gobierno), y viceversa. La crítica de “Una que Nos Una” no hace necesaria referencia a la calidad del texto propuesto por la Convención, entendiendo que esa calificación depende de otros factores que suelen ser disputados.
Por todo lo anterior, y como una manera de permanecer fieles a la idea de “Una que Nos Una”, es desilusionante que las fuerzas políticas que negocian la continuación del proceso constituyente estén más inquietas por el resultado electoral que obtendrían en una eventual nueva elección de convencionales, que por cerrar exitosamente este trance institucional.
Como se ha sostenido en los medios, esta parece ser la verdadera razón por la que las fuerzas oficialistas han ralentizado el acuerdo. Si abrazaran la idea central de “Una que Nos Una”, comprenderían que se trata de una cuestión importante pero secundaria: que el objetivo es generar una norma común, y no necesariamente ganar el partido. Lo mismo va para la derecha que se entusiasma predeterminando el contenido de acuerdo sus preferencias ideológicas, en una interpretación descaminada del resultado del 4 de septiembre.
Aunque la correlación de fuerzas dentro de una nueva convención ahora le favorezca a la derecha, esto no altera el mensaje de “Una que Nos Una”: no se trata de aprovechar una mayoría contingente para “pasar máquina”, se trata de parir un texto fundamental donde todos los sectores puedan verse reflejados. Explicado así, ¿le parece a usted una estafa piramidal, o más se parece a la única salida política, si no normativa al menos estratégica, de este atolladero constitucional?
Publicado en Ex Ante