Una nueva Constitución para Chile

23 de Agosto 2020 Columnas

Durante estos días se ha abierto una discusión respecto a si debiese o no postergarse el plebiscito por una nueva Constitución. Me parece que la respuesta a este tema debe provenir exclusivamente de organismos técnicos.

Sobre el tema en sí, en primer lugar, considero que nada está escrito en piedra. Las constituciones pueden y muchas veces deben cambiar, según los tiempos y las nuevas necesidades. Junto con esto, relativizo el poder de una constitución para cambiar la realidad, a una sociedad y a las personas. Me parece interesante como declaración de principios, pero si no va de la mano con otras voluntades, es difícil que pueda ir más allá.

Desde el punto de vista histórico, hay temas, como, por ejemplo, el reconocimiento de otras nacionalidades dentro de una misma nación que ya no pueden seguir esperando y que se entendían en un contexto de construcción del Estado, pero que hoy no tienen mayor sentido ¿O de verdad usted cree que el país se desarmara si se hace esa concesión al pueblo mapuche u otros pueblos originarios?

También creo en la democracia, por lo menos en términos teóricos, como el mejor sistema de gobierno que existe en la actualidad. E, igualmente, en el debate serio y respetuoso de ideas, sin dogmas ni censuras, como intentamos hacer en la universidad todos los días.

Desde el punto de vista teórico, para que una democracia funcione, no debe estar contaminada ni sometida al poder de algunos pocos. Jean-Jacques Rousseau en su famosa obra El Contrato Social decía: “Si cuando el pueblo delibera, una vez suficientemente informado, no mantuviesen los ciudadanos ninguna comunicación entre sí, del gran número de pequeñas diferencias resultaría la voluntad general y la deliberación sería siempre buena”.

A partir de esta idea, aunque bastante utópica, la pregunta que da vueltas es si están dadas las condiciones mínimas para que esa deliberación útil y necesaria se pueda desarrollar en las actuales circunstancias. Me encantaría, por ejemplo, encargar esta labor a representantes de la academia de distintos sectores (Agustín Squella, Roberto Ampuero, Fernando Atria, Axel Kaiser, José Joaquín Bruner, Carlos Peña, Daniel Mansuy), periodistas (Mónica González, Daniel Matamala, Nicolás Vergara, Matías del Río), representantes de pueblos originarios, de los gremios, de los colegios profesionales, etc. Todos discutiendo qué debe decir y que se debe omitir en una nueva Constitución. Me lo imagino como un reality de ideas, transmitido en vivo y en directo para todo el país.

No obstante, esa no es la realidad, sino otra. La de diputados como Pamela Jiles luciendo una banda, festinando con el tema, como si eso, de verdad, ayudara a su causa. La de senadores y diputados asustados de pensar en contra de lo que dice la mayoría en twitter porque pueden ser amenazados y expuestos sus datos personales.

Ese es el principal miedo: La tiranía de las redes sociales, manejadas por algoritmos que son fácilmente manipulables. Antes eran los boots o robot encargados de hacer “me gusta” en Facebook y retwittear en el caso de twitter de forma programada. Hoy, en cambio, son empresas que prestan servicios de retweets y “me gusta” a través de personas contratadas para hacer clic cuando uno lo pida. Aunque no lo crea, puede conseguir 100 me gusta en Instagram por $2.000 pesos; 500 seguidores en twitter (verdaderos, no boots) cuesta $6.400 pesos, es decir, a $13 pesos cada nuevo seguidor; 200 “Me gusta” en Facebook, $5.400 pesos. Si quiere ser trending topic puede hacerlo invirtiendo menos de $25.000 pesos y conseguir nada menos que 1000 retweets. Así funcionan hoy en día las redes.

Finalmente, este es a mi juicio el gran peligro de la democracia en la actualidad. Con pocos recursos y hasta con “el raspado de la olla” del senador Moreira, se podrán levantar candidaturas y hundir ideas y opositores. Las redes sociales son, en la actualidad, una tierra de nadie de la que difícilmente podamos salir indemnes en el próximo plebiscito y las futuras elecciones.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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