Una formación de pregrado diferente

9 de Febrero 2021 Columnas

En las próximas horas, alrededor de 268 mil jóvenes conocerán los resultados de la prueba de transición. Estos se presentan estandarizados, por lo que, a pesar de las diferencias técnicas entre los antiguos y nuevos instrumentos, la tradicional escala con media en torno a los 500 puntos y un rango entre 150 y 850 puntos será fácilmente reconocible.

Una vez disponibles, decenas de miles de jóvenes tomarán su decisión de postulación a la educación superior. Hay 43 universidades adscritas al sistema centralizado de postulaciones y los interesados, cumpliendo con los requisitos exigidos, deberán postular a ellas entre el 11 y 15 de febrero. Si, en cambio, privilegian otro rumbo, tendrán que inscribirse en las plataformas que las demás instituciones ofrecen para este propósito.

El año pasado, un 46 por ciento de las personas se matricularon en primer año en una universidad. Las demás, en un instituto profesional o centro de formación técnica. La minoría relativa de las universidades es un fenómeno que se observa desde 2010 y que se ha mantenido estable en torno a ese guarismo en el último lustro. Por consiguiente, es posible que en esta ocasión se repita dicha distribución. Sin embargo, el número de matriculados seguramente disminuirá, tendencia que se registra desde 2013 y que aún no debería estabilizarse. En 2020 la matrícula de pregrado fue un 11 por ciento más baja que siete años antes.

La gran mayoría de los matriculados en primer año serán egresados de cuarto medio que vivieron un término de su vida escolar inesperada y, posiblemente, insatisfactoria. El último año es quizás el primero donde los jóvenes comienzan a pensar en el futuro, el que ahora, más que antes y a propósito de la pandemia, se vislumbra lleno de transformaciones vertiginosas.

El progreso de la humanidad no se puede entender sin un proceso continuo de cambios, pero el ritmo va en aumento. Quizás por esto los jóvenes que egresaron en 2020 de la educación media y sus padres se han estado preguntando, de manera más habitual, respecto de la profesión del futuro.

Existe la percepción de que el conjunto de habilidades y competencias que se requerirán para enfrentar este mundo de cambios vertiginosos será distinto del que se ha necesitado en los últimos años. Una forma de expresarlo es la que utilizó hace algún tiempo el destacado entomólogo y biólogo E. O. Wilson en su libro “Consilience”; ahí escribió: “estamos inundados de información, pero hambrientos de sabiduría. El mundo será, por tanto, liderado por sintetizadores, personas capaces de reunir la información correcta en el momento oportuno, pensar críticamente sobre ella y tomar decisiones importantes de forma sabia”.

Los jóvenes que ingresan a la universidad deben tener la oportunidad de vivir una experiencia que les permita satisfacer las exigencias que ilustra el planteamiento de Wilson. La evidencia disponible, por ejemplo los resultados de la Prueba de Competencias de Adultos de la OCDE, sugiere que nuestros graduados de la educación superior están adquiriendo habilidades de procesamiento de información, una de las más pertinentes para el siglo XXI, a un nivel muy inferior al de sus pares de otras latitudes. Incluso, en muchos casos no supera las que adquieren en otros países aquellos que apenas alcanzan a graduarse de la educación secundaria.

Es evidente, entonces, que no se trata de apuntar a una profesión del futuro, sino de elegir la manera más apropiada de formarse en el pregrado. El énfasis excesivo en competencias especializadas en Chile, propio del sesgo que genera la obligación de otorgar títulos profesionales y que no está presente en la gran mayoría de los países más desarrollados, parece estar generando un equilibrio imperfecto en la experiencia universitaria que no logra potenciar apropiadamente las habilidades para enfrentar los desafíos que imponen los distintos shocks que está enfrentando el planeta.

En este contexto, el escrutinio al que van a ser sometidas las instituciones de educación superior por los propios jóvenes, que tienen conciencia de que viven un mundo global que la pandemia no solo no detendrá, sino que seguramente sofisticará y que, además, vivirá un proceso de transformación tecnológica más acelerado, será cada vez mayor.

El pensamiento crítico, la resolución de problemas complejos, la capacidad de trabajo en equipo, el rigor analítico y la aplicación de conocimiento en el mundo real y las destrezas comunicacionales y de persuasión, entre otras habilidades muy indispensables para el momento presente y el futuro, requieren de una experiencia formativa más equilibrada y menos profesionalizante que la que se observa en nuestro país.

Así, ese escrutinio será mejor resistido por las instituciones que han optado u opten por un balance en el pregrado que permita a los jóvenes desarrollar de mejor manera las habilidades señaladas, de modo de agregarle mayor valor a su experiencia formativa.

Publicada en El Mercurio.

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