- Doctor en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile, 2012.
- Magíster en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
- Licenciado en Humanidades, Ciencias de la Comunicación y Ciencias de la Educación, Universidad Adolfo Ibáñez.
- Periodista y Profesor, Universidad Adolfo Ibáñez.
Una borrachera cósmica
Gonzalo Serrano
Refrescante como una cerveza helada en un día caluroso de verano. Esa podría ser la mejor definición del libro que escribió el inglés Mark Forsyth y que ha sido titulado como “Una borrachera cósmica” o “Una breve historia de la borrachera”.
En resumen, esta investigación hace un recorrido, a través de la historia, del rol que ha tenido el alcohol en distintas sociedades. Parte con la evolución y la diferencia entre el consumo de alcohol del hombre al resto de los animales, la prehistoria de la bebida, bares sumerios, Egipto, Grecia, Roma, la Biblia, pasando por China, Rusia, hasta llegar a Estados Unidos, el saloon del viejo oeste y la ley seca. En cada uno de estos capítulos, Forsyht nos va regalando datos interesantes, curiosidades y anécdotas sabrosas.
En la primera parte, hay una reflexión antropológica de cómo los hombres somos los únicos animales que además de producir el alcohol, lo bebemos. La excepción la constituye el mono aullador de Panamá, cuyo consumo de frutas fermentadas lo vuelve festivo, más ruidoso e incluso inestable, cayéndose de grandes alturas. El asunto es que, desde el punto de vista evolutivo, nuestro hígado se adaptó para convertir el alcohol en energía.
En esta línea, hay que entender el alcohol no solo como una bebida que nos agrada y desinhibe, sino también como un alimento. Ese era, por ejemplo, el uso que les daban los británicos a la cerveza que muchas veces se servía como desayuno. Y, por otro lado, el alcohol era una alternativa frente al agua de dudosas procedencias que no pasaba por ningún proceso de purificación.
Aunque algunas ramas del cristianismo rechazan el consumo de alcohol, hay evidencias suficientes para afirmar que su consumo es promovido en la Biblia. Desde las bodas de Caná, donde Jesús hizo su primer milagro convirtiendo el agua en vino, hasta la Última Cena, el vino ocupó un lugar fundamental: “Ese sorbo de vino cambiaría la historia de la humanidad, la economía mundial y los hábitos de consumo en tierras lejanas. La comunión requiere vino y, por ese motivo, donde quiera que el cristianismo se extienda, los cristianos tuvieron que llevar la vid consigo”. Por todas estas razones, Benjamín Franklin, padre fundador de los Estados Unidos, llegó a señalar que la existencia de vino era una prueba de que Dios nos amaba y de que quería vernos felices.
Entre las múltiples clasificaciones que hace el autor, hay una que resulta interesante para saber en qué lugar estamos los chilenos: “Los antropólogos que estudian la borrachera hacen una distinción entre lo que llaman las culturas húmedas y las culturas secas. En las culturas húmedas hay una gran relajación respecto del alcohol. La gente lo bebe todo el día, lo pasan estupendamente y muy rara vez se emborrachan hasta perder el sentido. Las culturas secas son lo opuesto. No son secas en el sentido de estar libres de alcohol, sino porque la gente es recelosa y tienen reglas estrictas sobre el momento en que se puede tomar. Entonces cuando está permitido, se dejan llevar”. Basta ver lo que sucede con los jóvenes en las fiestas para darnos cuenta de que somos una cultura seca.
Algunas de las ideas presentadas en el libro podríamos aplicarlas al actual en debate por la nueva constitución. Asegura el autor: “Cuando los antiguos persas tenían que tomar una decisión política importante, la discutían dos veces: una borrachos y otra sobrios. Si llegaban a la misma conclusión en ambos debates, actuaban”. En esta misma línea, rescata la cita de Tácito sobre los germanos y su costumbre de tomar las decisiones importantes en los festines, cuando el alcohol ha hecho su trabajo y la mente se encuentra mejor predispuesta a los buenos y sencillos pensamientos. A partir de esto, reflexiona Forsyht: “Si el alcohol nos hace decir la verdad y si la política está plagada de mentiras y mentirosos ¿no tendría sentido atiborrarlos de alcohol, el padre de la verdad?”.
Finalmente, queda la propuesta sobre la mesa para un próximo debate entre Fernando Atria, Agustín Squella, Teresa Marinovic y Marcela Cubillos, “ebrios como una cuba”, para saber qué piensan, en realidad, sobre el nuevo texto constitucional.
Publicada en El Mercurio de Valparaíso.