Un réquiem para los leales

2 de Junio 2017 Columnas

La Presidenta Bachelet buscó, en esta primera Cuenta Pública del 1 de junio, cerrar en la práctica lo que ha sido su carrera política en el Poder Ejecutivo. Tras dos periodos en La Moneda, esta presentación era mucho más que el resumen de las actividades de un año, y por tanto adquirió un fuerte tono de testamento político.

Ya desde sus primeras palabras, Bachelet intentó recuperar la épica del año 2013, buscando presentar una colección de demandas supuestamente nacionales, a las que su Gobierno habría buscado satisfacer rompiendo equilibrios que habrían dominado el desarrollo social y político chileno desde un pasado indeterminado. De la misma forma, se buscó presentar a las reformas de su Gobierno como procesos épicos, de los cuales sólo se ha visto el comienzo y que marcarían el paso a una sociedad más igualitaria. Todo lo anterior es razonable, pero lamentablemente no dice qué tiene que ver con la realidad de la sociedad chilena o al menos con lo que la mayoría de la población piense de ello.

Las malas lecturas de los anhelos sociales chilenos llevaron a la actual administración a desarrollar procesos de reformas que dañaron gravemente beneficios anteriores y procesos muy valorados y que no estaban en cuestión. Esto, unido a la mala calidad técnica de los procesos legislativos y de implementación de las nuevas reformas, llevó a que la sociedad chilena no sólo no haya avanzado en los cursos planteados, sino que se han sembrado grados considerables de desánimo, polarización y odiosidad social, como quedó claro con los conatos de violencia vividos en ocasiones anteriores.

Peor aún, es claro que más allá de la auto complaciente mirada de la Presidenta, Chile hoy día es más pobre, los empleos son de peor calidad, la precariedad social es mayor y, sobre todo, el desánimo es algo que se ha vuelto estructural ante las reiteradas e incumplidas promesas en prácticamente todos los ámbitos; desde el número de hospitales a construir hasta la reactivación económica, que como final del arcoíris, siempre está a un semestre de distancia. En el caso regional son obvias las interrogantes. Al tema de los hospitales se agrega la eterna duda del Terminal Dos, y qué decir del Megapuerto, ya casi olvidado, pero elemento fundamental de la estructura portuaria del país en el contexto de los Corredores Bioceánicos y de la integración en el eje de la Alianza del Pacifico. En ambiciones más locales, la extensión del Merval a La Calera no puede seguir siendo objeto de eternos estudios que nunca concluyen.

Es difícil no asumir que este Gobierno no fue exitoso. No consiguió sus objetivos, y en el proceso de fracasar en ello, generó daños políticos, sociales y económicos que costarán un periodo extenso de tiempo recuperar. Una de las mayores víctimas de este Gobierno es su propia coalición de apoyo. La Nueva Mayoría es claro que ya desapareció y la plataforma de centroizquierda que tan exitosamente gobernó Chile desde 1990 es claro que ya no existe, polarizada en media docena de focos y tres candidatos presidenciales. Ante un panorama así, no es posible sustraerse a los panoramas lamentables que ofrece la política en sociedades donde procesos similares se han llevado a cabo; desde España a Grecia, Francia, etc. Y es que una democracia en el sentido occidental del término requiere una izquierda democrática seria y que vaya más allá del slogan, el juicio de valor o la afirmación sin sustento.

Si bien lo mismo podría achacarse a los sectores de derecha, ellos se presentan al menos visiones más coherentes en sus ideas de base.

No vaya a ser que, finalmente, el gran legado de este Gobierno sea una desintegración del sistema político tradicional chileno, y el inicio de un extenso periodo buscando nuevamente la configuración de pactos serios con visiones razonables de desarrollo para el país.

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