Un gran deafío pendiente

14 de Octubre 2019 Columnas

En la actualidad, más de 28 millones de personas cursan estudios terciarios en cerca de 15 mil instituciones de América Latina. En el caso de Chile, la matricula en este nivel educativo se multiplicó aproximadamente por 125, entre 1950 y el 2019. Así que es un enorme desafío asegurar calidad a toda esta enorme población que asiste llena de expectativas a clases. La calidad está muy relacionada

con pertinencia, un factor que no ha recibido la atención debida. En gran medida porque, entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), Chile es, por lejos, el que tiene el mayor retorno por los estudios universitarios: una persona que se gradúa de la educación superior obtiene, en promedio en la OCDE, ingresos que son 40% o 60% más altos que los

de una persona graduada de la secundaria; en Chile, ese retorno es en promedio 160% más. Sin embargo, hay varios programas que tienen retornos insuficientes y agregan, por consiguiente, poco valor a los estudiantes. Un problema complejo porque, además, en Chile el primer grado que reciben los jóvenes toma casi dos años más que en los países de la OCDE. Por ende, el costo relativo para las familias, los estudiantes o el Estado puede ser relativamente alto en muchos programas. Se agrega que la formación de pregrado es rígida, quizás como resultado de la excesiva especialización que la caracteriza. Con todo, además es discutible que esa profesionalización tenga sentido en el mundo de cambios vertiginosos que estamos viviendo. La revolución digital y todas las transformaciones que la acompañan van a requerir de habilidades distintas y complementarias de las que se desarrollan habitualmente en una formación de pregrado muy especializada, porque va a existir una destrucción de empleos más acelerada de la que estábamos acostumbrados. Una interpretación pesimista es que ello va a reducir los niveles de ocupación, aunque en otras etapas del progreso tecnológico no es lo que ha ocurrido. De hecho, los niveles de ocupación actuales son superiores a los que han existido en otros momentos de la Humanidad.

No es raro, entonces, que muchas personas e instituciones estén inquietas por averiguar cuál será la profesión del futuro. Pero esta es una pregunta equivocada. La más pertinente se refiere a la forma en que se debe formar a los jóvenes que acceden a las aulas universitarias. En ese sentido, todas las disciplinas tienen, en principio, un espacio. La pertinencia, entonces, tiene menos relación con la carrera en particular y mucho más con los contenidos que le dan estructura. Así, por ejemplo, una malla llena de contenidos muy especializados no tiene mayor sentido. Estos, probablemente, se depreciarán muy rápido y se requieren, por tanto, solo los fundamentales de cada disciplina. Mucho más importante es desarrollar habilidades de pensamiento crítico, discernimiento ético y reflexión creativa que se desarrollen a través de contenidos que, entre otros aspectos, permitan un aprendizaje colaborativo y deliberativo. Son materias transversales y que están alejadas de una especialidad concreta. Precisamente, es esta generalidad la que permite el desarrollo de esas habilidades que son tan fundamentales para el mundo que estamos viviendo. Los egresados actuales y futuros deberán tener mayor capacidad para encontrar sus propias respuestas a problemas que serán cada vez más complejos y desconocidos. Preparar a los estudiantes para encontrarlas, es un desafío en el que las universidades están muy rezagadas.
Muchas personas e instituciones están inquietas por averiguar cuál será la profesión del futuro. Pero esta es una pregunta equivocada.. .

Publicado en Revista América Economía.

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