“Y nunca dijo nada…”, decía un hit argentino de los años ’90, que era estupendo para bailar, pero gozaba de una pésima calidad musical. Sin embargo, casi 30 años después, sirve perfectamente para graficar lo que sucedió con este primer discurso del Presidente Sebastián Piñera, en su regreso al Congreso pleno, el pasado viernes.
Porque así fue. No hubo ni mucho ni poco. No produjo taquicardias ni paros cardíacos. No generó grandes aplausos ni tampoco abucheos masivos. No alcanzó a superar en duración los largos discursos de Patricio Aylwin o de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, que se empinaban por sobre las dos horas y media. Pero tampoco fue de las intervenciones más cortas post ’90, las que recaen en Michelle Bachelet y Frei. En buen chileno, “no fue ni fu, ni fa”.
Tampoco se trató de un texto plagado de grandes anuncios. De hecho, ni siquiera cumplió con las expectativas que se tenían y que hablaban de un Piñera que marcaría una hoja de ruta histórica a partir de estas palabras. No hubo marcas y lo único histórico fueron las repetidas menciones a Bernardo O´Higgins, Andrés Bello, Arturo Prat y Gabriela Mistral.
Partió haciendo un reconocimiento a la oposición, al espíritu de colaboración y unidad que rondó, por ejemplo, en la comisión de la Infancia, admitió que hubo “logros y avances” en la administración anterior y criticó que se haya “descuidado” el “valor de los acuerdos”.
Pero, inmediatamente, tras la zanahoria vino el garrote. De entrada, en los primeros minutos de discurso, recordó que en el gobierno anterior faltó sentido de urgencia en temas como la delincuencia y el narcotráfico; que se debilitó el cuidado de los niños, en referencia al Sename (olvidando que la crisis se arrastra, al menos, desde hace 13 años, incluido ahí su primer mandato); que se bajó los brazos en educación y salud, y que la migración “se salió de control”, sin contar con que el país casi no creció y la economía tuvo “el peor desempeño en tres décadas”.
Básicamente, según Piñera, acabamos de resucitar de un cataclismo. Menos mal que todo partió apuntando a la necesidad de volver al mundo de los acuerdos…
En anuncios, gran parte de ellos habían sido adelantados en las semanas previas e incluso en la campaña. Y, como si fuera poco, al parecer la cantidad de manos que estuvieron metidas en la masa, terminaron provocando que el texto tuviera serios problemas estructurales: el Presidente iba a un tema, cambiaba a otro y volvía a lo mismo una y otra vez.
Los grandes ausentes no fueron pocos: no hubo ninguna referencia a la educación no sexista, que ha tenido al país de cabeza en las últimas semanas y que precisamente era la razón por la que las estudiantes marchaban, a la misma hora, afuera del Congreso. Tampoco se hizo una referencia importante a las regiones y la descentralización. El tren rápido Santiago-Valparaíso naufragó frente a la extensión del metro capitalino. El Merval será modernizado y se expandirá. ¿A dónde? Nadie sabe. Y la Ley Valparaíso al parecer continuará existiendo solo en la chapita del alcalde Jorge Sharp.
Los temas mayormente tratados fueron educación, salud y agenda de género, esta última llena de omisiones, como en el caso del respaldo al trabajo flexible para las mujeres. ¿Es que los padres no pueden quedarse cuidando a los niños? ¿Qué va a preferir un empresario: una mujer con “trabajo flexible” o un hombre full time? Broche de oro: su despedida de la presidenta de la Cámara, Maya Fernández, a quien le alabó lo “linda que se ve”, pero le cuestionó “lo dura que es”, sin entender ni una pizca de la lucha feminista. ¿Piñera le habría dicho lo mismo a Fidel Espinoza, el anterior timonel de la corporación?
En cuanto a la infancia, junto con repetir las medidas ya dadas a conocer e incluso hacer suyos proyectos que habían sido iniciados en el gobierno anterior, como la separación del Sename, nuevamente se la jugó por una frase que no molestara a nadie y que le permitiera quedar bien de acuerdo a la interpretación que se le quiera dar: el derecho de adopción es de los niños, no de las parejas. ¿Ud. cree que solo los matrimonios heterosexuales deben adoptar? ¿O piensa que en beneficio de los menores una pareja homosexual puede ser una hermosa familia? Ambas calzan de igual forma para la respuesta de Piñera.
Lo cierto es que en esta ocasión el Presidente trató de quedar bien con Dios y con el diablo. También hace casi 30 años había una canción de Los Prisioneros que decía “nunca quedas mal con nadie”, pero hacia el final, el “hippie buena onda” era odiado por su tibieza. Y ese es el peligro de este Piñera 2.0. Que el estilo descafeinado lo haga terminar mal con todos.
Publicada en
El Mercurio de Valparaíso.