Un comienzo distinto

18 de Marzo 2018 Columnas

La imagen del Presidente de la República recibiendo el saludo protocolar del entonces todavía general director de Carabineros, Bruno Villalobos, en plena jornada de asunción del poder por parte del Mandatario, dejó claro que esas eran las últimas horas del uniformado como líder de la institución. Sobre todo porque el Mandatario aprovechó el momento para advertirle que tenían “que hablar”.

Inmediatamente muchos recordaron momentos de la infancia que fueron ejemplificadores: cuando el padre o la madre decían esa frase, con toda la autoridad concentrada en su persona, en realidad quedaba muy claro que habría problemas.

Y así sucedió con Villalobos, que fue la primera víctima del estilo con que asumió esta vez Sebastián Piñera en La Moneda, con una actitud que parece distinta a la de 2010: sin tanta vehemencia, sin tanto apuro, sin decisiones apresuradas. Por lo menos en estos primeros días.

Aunque solo ha pasado una semana, su llegada a Palacio esta vez parece más calma, con un Jefe de Estado concentrado en los grandes temas, empoderado, que quiere mostrarse como autoridad. No hubo –al menos en la instalación- pendrives institucionales ni chillonas parcas rojas, aunque para ser justos tampoco había un terremoto ni  la mitad del país estaba en el suelo.

De todas maneras, ahora Piñera llegó hablando de acuerdos nacionales en áreas sensibles, como la infancia o la seguridad ciudadana, y no del mejor gobierno de la historia reciente ni de la necesidad de barrer con todo lo anterior.

En menos de 24 horas pidió (o aceptó, como dijo) la renuncia de Villalobos, mandató a su ministro de Hacienda para hablar de reforma tributaria y anunciar un periodo de austeridad fiscal, poniendo énfasis en la responsabilidad país. Lo mismo con el conflicto marítimo con Bolivia y las declaraciones de Alejandro Guillier –que propuso cambiar mar por territorio, ad portas de los alegatos en el tribunal internacional de La Haya-, donde pidió evitar quebrar al país en este tema.

Los temas más pequeños, como la discusión sobre el fallido nombramiento del exfiscal Luis Toledo como notario de San Fernando o los dimes y diretes por el futuro de Punta Peuco han quedado en manos de sus secretarios de Estado.

A diferencia  de lo que sucedió la vez anterior, cuando su inicio estuvo marcado por los apuros, la generación de sobre expectativas y las denominadas “Piñericosas”, ahora  el Mandatario ha logrado alejarse de la chimuchina, de las frases rimbombantes y las promesas exageradas. Por el contrario, se ha concentrado en las temáticas país que considera más relevantes.

Hace ocho años, el que hablaba era Piñera. De todo y en todo momento, lo que le abría flancos diarios y equivocaciones habituales. Ahora son sus ministros, que han tenido vuelo propio, los que aparecen en la prensa, cada uno en su área y sobre todo en los temas complejos: Marcela Cubillos y el caso Dominga; Felipe Larraín y el sistema tributario; Hernán Larraín y los indultos, o Andrés Chadwick respecto de la negativa del gobierno de respaldar la reforma constitucional enviada a última hora por Bachelet.

Piñera, mientras tanto, monitorea desde arriba.

Para ser justos, la Nueva Mayoría y su agónica situación de crisis también lo ayudan. Mientras el gobierno parece haber estudiado en detalle cómo asumir la Presidencia esta vez, qué repetir y qué no, la oposición continúa desarmada y disparándose en los pies: errores no forzados de la centro izquierda, como Toledo, Punta Peuco y Jaime Campos han colaborado a afirmar la imagen de un Piñera que cree tener estatura de estadista y se maneja como tal. Y que sabe que de él depende que la derecha pueda pensar en un periodo más largo a cargo del país.

Quizás por eso, el Mandatario -a diferencia de cuando asumió en 2010- ha evitado ahora las piñericosas y dejó de encarnar en su persona y su voz la discusión pública con la oposición. Para eso están sus ministros. Ya sea por la experiencia o por el paso del tiempo, ahora parece más calmado y menos dispuesto a meterse en polémicas vacías o temáticas que no lo benefician.

También es cierto, como dice el dicho popular, que toda escoba nueva barre bien. Hay que esperar el término de la instalación del gobierno, saber cómo responderá ante las crisis y si Piñera efectivamente será capaz de luchar contra sí mismo y mantenerse en calma, entendiendo que en política los procesos son lentos y requieren de acuerdos, como él mismo lo señaló el día en que asumió el cargo. Pero hasta ahora, al menos, su llegada parece prometer bastante más que la primera vez.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso.

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