Un año entero con El Mercurio de Valparaíso

6 de Diciembre 2022 Columnas

En enero pasado me “enchufaron” una suscripción anual al Mercurio de Valparaíso. El contexto en que se dio dicha suscripción fue bastante singular y vale la pena traerlo a colación.  Lugar: Tradicional Feria del Libro,  Avenida Libertad en el patio del Liceo de Niñas. Ocasión: lanzamiento de un libro mío titulado “La palabra efímera” consistente en una recopilación de columnas aparecidas en este medio.

Me había quedado de juntar con Carlos Vergara, editor del diario, así que me acerco al stand del Mercurio y una señora me ofrece una suscripción anual. Le digo la chiva que siempre doy en estos casos, que soy de Limache y que una pena… para mi sorpresa la señora me dice que sí, que sí llegan a Limache. Ya sin excusa me dejo llevar por su mareador discurso: además de la suscripción recibiría una cupake maker, un par de lentes de sol, dos tarjetas de club de lectores, un almanaque pasado de moda y un libro de regalo de la autora Mary Mac-Millan titulado “La palabra efímera”.

Casi sin darme cuenta termino envuelta en un “firme por aquí y firme por acá”. Por supuesto que rechacé mi propio libro. Pasado el evento vengo a meditar en lo que había hecho y que estas cosas solo me pasan a mí: odio las suscripciones, los amarres a los que después no hay cómo salirse y además está esa maldita frasecita que uno escucha y que termina repitiendo como loro: “al Mercurio no hay qué leerle”.

Toda esta larga anécdota autorreferencial para llegar a este punto: la verdad es que no… no es así. Para mi grata sorpresa y a lo largo ya de un año en que con sol o lluvia, de lunes a domingo, un señor me “lanza” un Mercurio envuelto en una bolsa plástica que suele caer sobre las lavandas, he comenzado a valorar el aporte de este medio. Digamos que he sufrido una especie de acostumbramiento de vieja mañosa: los miércoles leo la columna de Carlos Peña, también disfruto del humor y las copuchas políticas de Gabriela Chomer, en “el rinconcito de la consentida”. Imperdible  la pluma de Winston en “la pelota no se mancha”. Pero más allá de estos espacios que se ligan a un nombre, constato a lo largo del tiempo que se van generando especies de hilos conductores al más puro estilo de una novela de entrega.

Por dar un par de ejemplos: está la novela que tiene como personaje a Macarena Ripamonti o la de Mundaca. Y las  novelas temáticas: la sequía, la violencia, la ciudad de Valparaíso. Lo que siempre se le ha achacado a este medio es que es muy localista, en contraposición con su homólogo de Santiago. Pero es precisamente ese localismo el que a manera de novela se valora. Resulta que ahora me encuentro preguntando cada mañana si ya llegó “el Mercurio”. Hasta leo el obituario y esa es otra novela encerrada en un pequeño rectángulo.

En fin, el hecho es que ya no deseo des-inscribirme como lo pensé en un comienzo. Seguiré esperando “mi Mercurio” y lo único malo es que las lavandas están cada día más a mal traer.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

Redes Sociales

Instagram