Las acusaciones de fraude electoral formuladas por Donald Trump, que culminaron con la toma del Capitolio, son el desenlace de una estrategia de comunicación política utilizada en forma sistemática especialmente por sus seguidores más extremos: la diseminación de desinformación.
Se hicieron así realidad los peligros advertidos por muchos. En 2018, un informe de London School of Economics daba cuenta que la “crisis de la información” pondría en jaque el sistema democrático. En el mismo año, los académicos W Lance Bennett y Steven Livingston advertían que las fake news pueden ser parte de estrategias planificadas y desestabilizadoras del sistema político, que aprovechan nocivamente la creciente desconfianza en las fuentes oficiales de información.
Con diversas combinaciones de ideologías, a nivel global surgen movimientos proclives a las simplificaciones, maniqueísmos y efervescencias, que ocupan con evidentes deformaciones las oportunidades ofrecidas por las redes sociales, incluyendo prácticas poco doctas de comunicación.
Este populismo digital en su registro más perjudicial desafía los fundamentos de la relación complementaria entre democracia y medios de comunicación, asentada en la libertad de expresión y la necesidad de información de calidad como insumo básico para la deliberación ciudadana. En una relación paradojal, al populista le gusta utilizar las redes sociales para llegar a miles, pero no acepta que la prensa lo afronte, porque mira con desconfianza -o definitivamente como enemigas- a las instituciones democráticas que limitan su influencia. Este tipo de ofertas populistas atentan contra un espacio comunicacional común, caracterizado por la diversidad, la tolerancia, la razón y los hechos. En vez de cultivar el debate, apuestan a la polarización, la exclusión de grupos sociales y el desencuentro.
El cierre de las cuentas de redes sociales del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, decretado por las empresas privadas Twitter y Facebook luego del asalto al Capitolio, ilustra este complejo vínculo entre política, populismo exacerbado y redes sociales. La canciller alemana, Angela Merkel, con un liderazgo responsable que está en la antípoda del estilo de Trump, calificó a través de su portavoz el veto impuesto por dichas compañías como “problemático”: antes que las empresas, es el legislador el llamado a regular este espacio público digital y los alcances de la libertad de expresión.
Esto no quita, -prosigue la comunicación oficial de la canciller - que las compañías tengan una gran responsabilidad de garantizar que la “comunicación política no se vea envenenada por el odio, la mentira o la incitación a la violencia”. Ojalá que ese llamado sea también escuchado por todos los actores políticos en Chile, donde estamos en ciernes de un proceso de deliberación constitucional.
Publicada en
La Segunda.