Trump, el Capitolio y la política de identidad

17 de Enero 2021 Columnas

Todo el mundo perdió el habla al ver las imágenes del asalto al Capitolio en Washington la semana pasada. ¿Qué ocurrió ese día?, ¿no niegan esos sucesos las bases fundantes de la larga y robusta democracia estadounidense? En efecto, en los orígenes de la Constitución se encuentra la idea de Hamilton de abrir una nueva era en la cual el curso de la historia se pudiese hacer relativamente predecible, y en la cual se pudiese crear un sistema de gobierno que no estuviese guiado por el azar y la violencia, sino por la razón y la elección libre. Los sucesos de la semana pasada parecen la más estridente y brutal negación de estos ideales fundacionales de los EEUU. ¿Puede una sociedad ser verdaderamente regida por estas ideas, en vez del imperio del azar y de la violencia, en vez del prejuicio y del engaño? Los últimos acontecimientos parecen mostrar que la capa que sostiene el andamiaje político-institucional es más corrosible de lo que se pensaba, y lo que queda claro -esto también vale para Chile- es que, si no se cuidan los procedimientos e instituciones democráticas, se pueden desfondar rápidamente.

Esto nos lleva a una pregunta anterior, ¿cómo un líder tan destemplado logró llegar al poder hace 4 años? Sin perjuicio del atractivo de Trump para sus votantes, ¿qué hicieron mal los demócratas para perder una elección que ellos creían ganada? La historiadora norteamericana Jill Lepore sostiene que Trump no es el responsable exclusivo de la polarización en los Estados Unidos, y que una de las razones de la división de la sociedad norteamericana reside en el reemplazo por parte de la izquierda de la idea de igualdad por la de identidad. Ya en la década de 1830 Alexis de Tocqueville atribuyó la pujante democracia norteamericana a las ideas de igualdad y de libertad.

En cambio, al refugiarse cada individuo, grupo o tribu en su propia identidad y proclamar su visión, y muchas veces exigir fueros como algo absoluto, se corroe la idea según la cual todos valemos lo mismo ante la ley y según la cual la democracia se nutre de la más libre expresión, aún cuando haya opiniones que nos disgusten. El problema detrás de este razonamiento, dice Lepore, no es que los liberales de izquierda no hayan logrado convencer al electorado, es que ni siquiera lo intentaron, convirtiendo las elecciones en cruzadas de pureza doctrinaria y moral. En un mundo en el cual cada cual se refugia en su propia identidad, no debiese extrañar que el debate racional se derrumbe y que prolifere la construcción de mundos paralelos. La falacia de Trump en torno al fraude en las últimas elecciones es un ejemplo palmario de lo anterior. Y como advierte Daniel Mansuy, ahí donde se pierden las referencias comunes se termina imponiendo la fuerza. La proliferación de la violencia la vemos también en Chile en la funa, manifestación que nuevamente hizo noticia con ocasión de la inscripción de candidaturas y de una cicletada.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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